Alicia Barreiro ha estado nerviosa durante toda la semana, confiesa. Tras mucho debatir consigo misma, no acudirá este domingo a Balaídos por cuidar su corazón; fuerte aún, pero necesitado de los mimos propios de sus 91 años. Esperará noticias del partido contra el Barcelona en su domicilio. Alicia, que ya había comenzado a acudir a la grada de niña, ha sido socia o abonada del Celta de manera ininterrumpida desde el 1 de noviembre de 1939. Un mes después, el equipo vigués debutaba en Primera División. Alicia lo ha visto descender once veces, incluso a Segunda B, y ascender otras tantas. Camina por la vieja entrada de los jugadores amparándose en un bastón y en el brazo de su sobrina, con la delicadeza elegante de un pajarillo. “Tengo la mala pata de que me caigo. De momento con suerte”, bromea de sus percances. Como el Celta, Alicia siempre se levanta.
Ya que prefiere aislarse hasta la medianoche de mañana, ajena a cualquier noticia hasta que los hechos se hayan consumado, cuando ya deba digerir la alegría o la tristeza, FARO reúne en Balaídos a Alicia con un grupo de hinchas; entre ellas, peñistas de Terra Celeste, Centolos, Comando Celta, Siareiros, Bendita Condena y Sempre Pahiño. En ella y sus herederas puede palparse la muestra precisa de las emociones que atraviesan al celtismo: decepción y enfado con este final de temporada; devoción y confianza en que el entuerto se remedie en la resolución. “Quiero que digan que sigo siendo optimista”, expresa Alicia, tan celeste en sus ojos como en su fe. “¿Para qué me voy a hundir? Empecé en el fútbol con mis padres. ¿Cómo no voy a ser ahora valiente? ¡Al cien por cien!”.
Alicia, o sea, se sentaba sobre el regazo de su padre en el palco 23, cuando las gradas aún eran de madera. Máximo habría llevado antes a su pequeña a la reunión con su cuñado y los amigos en Casa Castor, en la Praza da Princesa. Luego, camino del estadio, se detendrían a que Alicia le hiciese cucamonas al mono de A Florida. Al acabar el partido, se entretendrían comentándolo en Casa Eligio.
–Nolete, ¿por qué te pones la cinta? –le gritaba aquella niña al fornido ariete.
–Es que sudan muchísimo –le explicaba su padre.
–Que se la quite, que está más guapo sin ella.
Los jugadores irían relevándose. La rutina familiar variaría. Jamás el destino. Alicia, que nunca se casó pero que hizo de madre de sus muchos sobrinos, trabajó para la Telefónica hasta su jubilación. “Cogía el turno de noche, que nadie quería, para tener los domingos libres y ver el Celta”, revela. Sus ojos han contemplado a los grandes mitos célticos. A algunos incluso los trató como a quien primero imaginó la fusión, Hándicap, amigo de Máximo. Y hace poco, cuenta, no puedo evitar emocionarse. “Al Celta siempre lo quise, aun en los tiempos malos. Pero hace unos meses vi la fotografía de Quinocho en un salón del Celta y empecé a llorar como una tonta”.
–El amor tuyo supera al mío. Diste tu vida por el club –dialogó con el retrato del exjugador y gerente, asesinado en 1988, durante un atraco a las oficinas.
Su memoria conserva, en fin, el santoral celeste. No solo los de su juventud, como Cons, Fuentes, Roig, Gaitos, Alberty o Padrón, de quienes ya pocos pueden hablar a flor de piel. Alicia igual ensalza a aquel peculiar portero que fue Fenoy (“parece que siempre lo veo, yendo nosotros perdiendo y de repente él marcando el gol”) que destaca sobre todos a “Mazinho, Karpin y Mostovoi. Aquellos años fue maravilloso verlos jugar al fútbol. No había que esperar al Barcelona o al Madrid. Aquí teníamos tres chicos que eran súper”.
No se le olvidan los lances desagradables como un partido contra el Atlético, “entonces de Aviación”, en un día de “lluvia y no lluvia. El Celta iba ganando en una tarde inspiradísima pero el amigo Azón enseguida pitó un penalti que no era. No recuerdo yo lío tan grande en Balaídos. Una época desastrosa”.
Y así, entre victorias y derrotas, con tantas “mojaduras extras”, va atravesando Alicia todo lo que ha sucedido para asomarse a lo que sucederá: “Los pensamientos son agridulces. El panorama es feo. Por ley natural, estamos en Segunda. Si los jugadores que tenemos hoy muestran el amor propio de antes… En un partido con el Bilbao, que tenía a Panizo, Gaínza todos esos, perdíamos 3-0 y remontamos”.
Es crítica Alicia con el actual equipo. Apunta a Carlos Mouriño, al que “todo le parece caro”; a Luis Campos, “ese que hace los fichajes”; a Carvalhal: “No me gusta”. “Culpo al presidente y al cuerpo técnico”, condensa. Ella se manifiesta partidaria de Abel Caballero, en las trifulcas con el club y en general: “Este Vigo que yo conocí se ha transformado. Es una maravilla”. Y ya avisa sobre la candidatura de Núñez Feijóo a la presidencia del Gobierno: “Dios no lo permita. Siempre estuvo en contra de Vigo”. Su discurso acaba desembocando nuevamente en el Celta, del que se proclama “enamorada”. Y así recobra el aliento optimista que la define: “Tengo un trocito de corazón que me dice que los jugadores van a hacer lo que no hicieron estos meses. Reina la esperanza”.
Alicia acapara la atención. “Penso que é un orgullo para todas as mulleres celtistas e que cada vez somos máis. E ogallá eu poida chegar a ser socia número un”, indica una de las aficionadas que acompaña a Alicia en la visita a Balaídos. Comparte e incluso incrementa esa confianza en la victoria: “Imos conseguir os tres puntos. Espero que a ilusión de grada se traslade ó terreo de xogo, que ó equipo lle sirvan todos os folgos que lle está a proporcionar a grada e se enchufen”. De esa forma, además, se evitará estar pendiente de otros campos, si bien asume que resultará inevitable:
“A cousa debería estar en conseguir nós a victoria. Non podemos permitirnos estar pendentes doutros estadios. Aínda que igual estaremos todos coa radio posta”
Marga es otra de las que guarda en el alma las cicatrices de tantas tardes de tensión. Ella está casada con Juan Fernández, miembro principal de aquella generación de los setenta que tantos descensos y ascensos vivió, además de clasificar al Celta por primera vez para la UEFA. “Cuando jugaba, pasaba muchos nervios. Pero me gustaba que jugase”, indica.
“Lo veo muy difícil, la verdad”, confiesa sobre el partido contra el Barcelona. “Es una pena haber llegado a esta situación. Tenía que haberse resuelto antes. Ahora a ver si tenemos suerte y luchamos con fuerza para poder ganar. Será difícil pero no imposible y hay que hacer todo lo que se pueda”.
Gabriela, que está gestando un celtista, y Ana, nieta de Basilio Ferreiro, anterior decano, expresan su admiración por Alicia “Siempre que vengo, pienso en mis abuelos. El Celta es familia”, sostiene Gabriela
Entre las mujeres que posan apiñadas sobre el césped para la cámara se ha colado, sin saberlo, un hombre. Lo será. En estos instantes, un vello fino ha empezado a cubrir su diminuto cuerpo en formación, que apenas habrá alcanzado 15 centímetros y 150 gramos. Nada parece determinar su futuro, más allá de la genética y del mundo que se encontrará al nacer. Ahora mismo, sin embargo, mientras dormita, ya posee nombre y militancia. Se llamará Roque y será del Celta. Lo anticipa Gabriela, que lo porta en su vientre. Balaídos reúne a su décana y a su primicia.
“De cinco meses casi… El único niño entre todas las mujeres”, confirma sonriendo Gabriela sobre la gestación. Le ha ilusionado compartir la mañana con Alicia Barreiro, que ha depositado la mano sobre su regazo, como bendiciendo el celtismo del pequeño. A la abonada número 1 “la conocía de redes; en persona, no”, explica Gabriela. “Es encantadora. Me recuerdo mucho a mi abuela”.
No es una comparación sujeta solo a los muchos años de celtismo. Gabriela entiende esa pasión como un legado que se recibe y que se entrega, cosiendo generaciones; un puente entre épocas que trasciende el fútbol a través del amor. Roque atesorará en el escudo de su pecho a aquellos que lo precedieron; incluso a los que no habrá llegado a conocer. “Me hice forofa desde pequeña con mis abuelos”, relata Gabriela. “Siempre vine con ellos al estadio. De mayor los traía yo cuando ya no podían conducir. Ahora que ya no están, se me pone la piel de gallina aquí, pensando en ellos”, confiesa mientras observa ese otro útero que es Balaídos, cobijándola como ella cobija a Roque. Resume:
“Esto es un sentimiento. Siempre que vengo pienso en mis abuelos. Para mí, el Celta es familia”
A los cinco meses, el bebé se despierta de vez en cuando. Gira y patea, acomodándose en su refugio líquido. Ya puede percibir ruidos del exterior. Quizá Roque haya notado esas voces de nerviosismo y esperanza que lo rodean estos días. Es el afán que le será inculcado. “Peor lo teníamos con el 4 por ciento. No quiero ser negativa. Está difícil, pero creo que lo podemos conseguir. De peores hemos salido”, reflexiona Gabriela, en una suerte de enfoque filosófico que igual sirve para la existencia entera. Como madre, podría soñar con apartar a su hijo de cualquier desasosiego. Pero la vida también mancha, duele y sangra mientras se persigue la felicidad. Vale aquello que cuesta. “Merece la pena ser del Celta, con esos 89 minutos de sufrimiento y uno de alegría”, le anuncia Gabriela a su Roque. “Ese gol en el 90 no se puede describir”.
Ana Ferreiro conoce perfectamente esa cadena de la que se siente un eslabón. Ella es precisamente nieta de quien precedió a Alicia como el más longevo y persistente de los socios. Su abuelo Basilio amó al Celta como el celtismo lo amó a él, entrañable anciano de la tribu. Basilio falleció el 25 de febrero de 2015 –el club tardó un par de años en anunciar a Alicia como su sucesora–. “É unha maravilla ver que o número 1 é unha muller. Danos a todas moito orgullo e a ilusión de que algún día poidamos ser nós as que cheguemos”, anhela Ana, completando con Alicia y Gabriela la conexión. Del partido, indica: “Espero que saian tan enfuchados como vamos a estar nós na grada. Non hai que pensar no que pasa noutros campos. Nós xogamos aquí. Valémonos nós. Non precisamos que nos regalen ou nos dean nada. Temos que gañar”.
Enlace de origen : Alicia en el estadio de la esperanza