Biden emboza la promesa del sueño americano con sus restricciones en la frontera

En ningún rincón de Estados Unidos está tan viva la promesa del sueño americano como en sus fronteras meridionales, los más de 3.100 kilómetros de valles fértiles, escarpes áridos y perímetro vallado que separan el mundo pobre del mundo rico. Para las decenas de miles de personas que esperan una oportunidad en TijuanaNogales o Laredo para escapar de la miseria, la persecución o la violencia, el ‘Norte es sinónimo de redención, la puerta a una nueva vida repleta de posibilidades, por más que al otro lado ese mismo sueño americano lleve décadas depreciado. El hambre pantagruélica de los recién llegados por salir delante alimenta el inconfundible dinamismo de EEUU y su mística fundacional como hogar de acogida para los perseguidos y los desheredados, principios nuevamente en entredicho por las políticas restrictivas del demócrata Joe Biden hacia los solicitantes de asilo.  

EEUU fue durante mucho tiempo el principal receptor de refugiados del mundo, una política que ha ido casi siempre aparejada a las pulsiones ideológicas de su política exterior y los desatinos de su intervencionismo militar. No en vano, de los más de tres millones de refugiados que ha acogido desde 1975, más del 75% eran originarios de antiguas repúblicas soviéticas o de las naciones de la antigua Indochina devastadas durante la guerra de Vietnam. Pero en los últimos años esa generosidad ha ido diluyéndose a pasos agigantados, a medida que las suspicacias hacia los inmigrantes, la preocupación por el terrorismo o las carencias de su sistema de acogida impregnaban el discurso político.

De los más de 207.000 refugiados que llegó a admitir en 1980, cuando se aprobó la ley que regula el derecho al asilo, se pasó a tan solo 11.800 en 2020, el último año de Donald Trump en el poder, probablemente el dirigente más abiertamente xenófobo de la historia moderna del país. Tras poner toda serie de trabas a la llegada de refugiados, incluido el llamado “veto musulmán” a determinadas nacionalidades, Trump aprovechó la irrupción de la pandemia para rescatar el Título 42, una directiva que ha servido desde entonces para dictar –en nombre de la salud pública– más de tres millones deportaciones y denegaciones de asilo.

Derecho al asilo en la picota

Con Biden en la Casa Blanca todo debía ser diferente. En consonancia con la ley estadounidense y derecho internacional, cualquier persona que pusiera pie en EEUU tendría derecho a solicitar el estatus de refugiado y a demostrar que ha sufrido persecución en su país de origen –o riesgo creíble de padecerla– por motivos de razareligiónnacionalidadopinión política o pertenencia a un determinado grupo social. Un proceso de tramitación que suele demorarse entre 18 meses y dos años. Pero el demócrata ha acabado reemplazado el Título 42, que se ha levantado este mismo jueves, por una serie de medidas draconianas muy alejadas de sus promesas de campaña. No solo facilitan las expulsiones, sino que dejan fuera del proceso de solicitud a cualquiera que haya entrado en el país de forma irregular, que llegue a la aduana sin una cita previa o que no haya solicitado antes el asilo en alguno de los países de tránsito. 

“Hemos tenido derecho al asilo desde 1980. Esta es la primera vez en que se suspende formalmente de forma masiva”, le ha dicho al ‘LA Times’ desde el Washington Office on Latin America, Adam Isacson. “Es la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial en la que denegamos protección a gente que la necesita de forma masiva. No sabemos el alcance real del coste humano que tendrá”.

A lo largo de la historia las fronteras de EEUU se han abierto y cerrado a golpes, favoreciendo a ciertas nacionalidades y penalizando a otras. A finales del siglo XIX el Congreso vetó la llegada de trabajadores chinos mientras que en los años veinte del siglo pasado se establecieron estrictas cuotas para la entrada de católicos y judíos del sur y el este de Europa. “Llegan enfermos y hambrientos y, por tanto, menos capaces para contribuir a la economía estadounidense y adaptarse a su cultura”, dijo por aquellos años el senador David Reed, uno de los promotores de las cuotas. 

Perfil de los refugiados

Washington se redimió después de la Segunda Guerra Mundial, cuando acogió a cerca de 650.000 europeos de los siete millones de desplazados que la contienda dejó en el Viejo Continente, según el Council on Foreign Relations. Para hacerlo, en 1948 aprobó la primera ley para proteger a los refugiados y gestionar su reasentamiento. Desde entonces el perfil de las admisiones ha variado significativamente. En los años 80 se aceptó mayoritariamente a refugiados del sudeste asiático, mientras se rechazaba como “inmigrantes económicos” a aquellos que huían de las reaccionarias dictaduras latinoamericanas respaldadas por EEUU. Un ejemplo: del millón de centroamericanos que solicitaron asilo en 1980, solo un 3% de las peticiones presentadas por salvadoreños y guatemaltecos fueron aceptadas, según la revista ‘The Week’.

En los 90 les tocó el turno a los refugiados del evanescente mundo comunista. Las admisiones cayeron en picado a raíz de los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 para recuperarse con algunos altibajos en la década de 2010, cuando el país aceptó principalmente a birmanosiraquís y butaneses, según datos oficiales. A modo de comparación, en 2022, la mayoría provino de la República Democrática del CongoSiriaMyanmar y Sudán.

Ese péndulo histórico estaba llamado a repuntar con Biden en la Casa Blanca, pero, a menos que todo cambie de forma imprevista en los próximos meses, no lo hará. Con el crimen cotizando de nuevo al alza en todo el país y las elecciones presidenciales en el horizonte , el demócrata parece haber sucumbido al discurso de la derecha. El cálculo es arriesgado, un guiño a los independientes y los trabajadores blancos de las regiones desindustrializadas, que ha soliviantado a parte de las bases demócratas.

“Durante la campaña Biden prometió restaurar el derecho al asilo. Menuda promesa rota. Ni siquiera los cambios recientes en la normativa final han logrado remediar los fundamentos ilegales e inhumanos de esta política”, ha dicho Eleanor Acer, directora del programa para los refugiados de Human Right First, una organización de derechos civiles habitualmente alineada con los demócratas.

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