En mayo de 2018 Mariano Rajoy, al que le quedaban pocos días como presidente del Gobierno aunque todavía no lo sabía, paseaba por Sofía, donde se celebraba una cumbre de los Balcanes. Él no se encontraba en la reunión. Había acudido a la cena de líderes del día anterior, pero se había ausentado del encuentro con los socios balcánicos. Su lugar era ocupado por Pablo García-Berdoy, a la sazón embajador permanente de España ante la Unión Europea. ¿La razón? En la misma mesa estaba sentado el líder de Kosovo. Y no podía haber ninguna muestra que pudiera generar siquiera la duda de un reconocimiento por la puerta de atrás de la independencia kosovar.
Ahora, tres años después, Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, se sentará en la misma mesa que el líder de Kosovo, el primer ministro Albin Kurti. Sin símbolos nacionales, sin gestos o detalles que puedan generar la mínima duda sobre la posición española, pero dando un paso importante. Fuentes diplomáticas insisten en que no hay un cambio de actitud, que se trata de una normalización de la situación. Pero es que hablar de una “normalidad” es ya un cambio en la postura española respecto a la cuestión.
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Elios Mendieta
Ese cambio comenzó a cocinarse hace ya tiempo, con Josep Borrell todavía en Santa Cruz como ministro de Exteriores. Entonces, en el ministerio se empezó a utilizar una y otra vez una frase con la que España empezaba a cambiar su actitud sobre Kosovo: “No vamos a ser más papistas que el papa”. El papa es Serbia: Madrid centra toda la atención en el diálogo entre Prístina y Belgrado, y lo que sea aceptable para los serbios lo será para el Gobierno. Ese acuerdo, en todo caso, es muy complejo. Hace solamente unos días estalló de nuevo la tensión entre Kosovo y Serbia en la zona fronteriza por unos nuevos requisitos para los conductores con matrícula serbia.
En 2008 Prístina declaró su independencia de forma unilateral respecto a Serbia una década después de la guerra de 1998-1999 entre Kosovo y Yugoslavia en la que las fuerzas kosovares y la intervención internacional precipitaron la derrota yugoslava. En marzo de 2011 la Unión Europea estrenó un diálogo entre Prístina y Belgrado con el objetivo de facilitar un acuerdo político entre las partes que lleve al reconocimiento de Kosovo. Se trata de un escollo que, mientras se mantenga, se interpone en las perspectivas europeas de Serbia, que es candidata para ingresar en la Unión Europea, y de Kosovo.
La posición española
España no es el único país europeo que no reconoce la independencia de Kosovo: Eslovaquia, Grecia, Rumanía y Chipre son los otros Estados miembros que no lo hacen. Sin embargo, estos países tienen una relación algo más relajada con Prístina incluso sin reconocerla. Atenas, de hecho, ha avanzado mucho en sus relaciones con Kosovo en los últimos tiempos. En junio, el Gobierno griego aumentó el rango de la delegación comercial kosovar en Grecia, y el ministro de Asuntos Exteriores heleno visitó Prístina. El Ejecutivo de Kyriakos Mitsotakis se ha mostrado bastante claro ante la inquietud de Serbia: no ha cambiado de posición y, por lo tanto, ese paso no significa que vaya a reconocer a Kosovo, pero tiene que jugar sus cartas para garantizar la estabilidad en la región.
Tanto Grecia como España o Chipre se niegan a reconocer a Kosovo con ecos de fondo de asuntos internos. En el caso español siempre ha estado presente la cuestión catalana, a pesar de las enormes diferencias entre ambos casos. El Gobierno español nunca ha relacionado públicamente el caso kosovar con el catalán o el vasco, pero quiere evitar que se marque una clara hoja de ruta que muestre el camino para una escisión unilateral de un territorio con la posterior adhesión a la Unión Europea. Atenas, por su parte, quiere evitar que un reconocimiento a Kosovo pueda tener efectos a su vez en Chipre, donde la mitad norte de la isla está ocupada por Turquía. Pero tanto Madrid como Atenas expresan claramente que reconocerán a Prístina en cuanto lo haga Belgrado. De nuevo: no ser más papistas que el papa.
Para España la cuestión kosovar se estaba convirtiendo hace ya años en una ‘china en el zapato’ de la política exterior en una región clave para Europa. Por eso se ha ido virando hacia una actitud más pragmática, centrándose en que lo que valga para Serbia valdrá para España, aunque en 2018, y ya con Borrell en el Ministerio de Exteriores, el Gobierno español, como otros Ejecutivos europeos, mostraron su preocupación con un potencial acuerdo entre Belgrado y Prístina que incluía “una adaptación étnica del territorio”, lo que levantaba “muchas y lógicas reticencias” para el por entonces ministro español.
Pero las fuentes insisten ahora en una paulatina normalización en distintos frentes, y citan como ejemplo los partidos entre la Selección española y la de Kosovo. Esa normalidad es solamente relativa: en Televisión Española se prohibió a los comentaristas pronunciar “Kosovo” y referirse a él como “país”, y el nombre se rotuló en minúsculas, una prueba de los regates que España tiene que hacer en esta cuestión. Otro ejemplo de una relativa normalización, mucho más político y relacionado con la actitud española frente a Prístina, fue que en 2020 una cumbre digital organizada por Croacia facilitó la primera reunión en la que participaba un líder español y uno kosovar, aunque fuera ‘online’.
Por eso ahora las fuentes consultadas señalan que se trata simplemente de mantener esa normalidad, sin que eso signifique que se vaya a reconocer a Prístina. Se trata de adoptar una actitud más pragmática, como ha hecho Grecia en los últimos tiempos. Pero la coreografía seguirá cuidándose mucho: como ocurriera en la cumbre digital de 2020, en esta ocasión no habrá banderas, símbolos nacionales ni habrá referencia a los cargos de los participantes.
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Nacho Alarcón. Bruselas
Esta voluntad española de sacarse la ‘china en el zapato’ que representa la tensión respecto a la cuestión kosovar refleja la intención del Gobierno de reforzar los lazos de España con la región, donde el país es muy bien visto por la población y los distintos Ejecutivos, pero donde no tiene una gran presencia ni una estrategia clara. Madrid trata de poner en marcha una agenda en la zona, como demuestra de hecho el calendario de reuniones de Sánchez de los próximos días.
Antes de la cumbre entre la Unión Europea y los socios balcánicos, el presidente del Gobierno ha recibido en Madrid a Edi Rama, primer ministro de Albania, para insistir, una vez más, en el apoyo español a la apertura de negociaciones para la entrada de Tirana en la Unión Europea. Al finalizar la cumbre que se celebrará este miércoles cerca de Liubliana (Eslovenia), el presidente del Gobierno se dirigirá a Croacia, uno de los balcánicos miembros de la Unión Europea, para reunirse con la presidenta del país y con el primer ministro en la que será la primera visita de un líder español al país balcánico.
España trata ahora de aprovechar la “diplomacia blanda” centrada en asuntos culturales, deportivos y educativos, así como cuestiones de seguridad, para estrechar lazos en una zona en la que se ha movido con torpeza desde 2008 por la cuestión kosovar, pero en la que en general se le ve con buenos ojos por su naturaleza “neutral” en los distintos conflictos de la región.
Los tiempos han cambiado y cuando Sánchez se siente en la misma mesa en la que esté Kurti se habrá dado un paso más en el intento de normalización. Como señalaba Ruth Ferrero-Turrión en un documento del Instituto Español de Estudios Estratégicos publicado en octubre de 2020, “desde el año 2018, la postura española en relación con Kosovo se ha suavizado tímidamente. Ahora se escucha y se debate sobre esta cuestión, algo absolutamente vetado desde 2010. Esto no significa que se vaya a reconocer a Kosovo, ni mucho menos; simplemente, se hace política con el diálogo y la escucha”.
En la agenda de la cumbre, que se celebra este miércoles, además de Kosovo, participarán Albania, Bosnia y Herzegovina, Serbia, Montenegro y la República de Macedonia del Norte. En los últimos días el debate de los diplomáticos y técnicos que han trabajado en la declaración que se hará al final del encuentro han centrado sus debates en si había que incluir o no el compromiso con una ruta clara hacia la entrada en la Unión Europea. “Hemos conseguido un equilibrio entre la ambición de la ampliación y la capacidad de la UE para integrar a nuevos miembros”, señala una fuente europea.
source Del plantón de Rajoy a la “normalidad” de Sánchez: cambio de actitud con Kosovo