Uno de los elementos fundamentales de la democracia ateniense era la llamada ‘parrhesia’: la libertad de hablar con sinceridad. Cuando los ciudadanos se reunían en el ágora para discutir los asuntos públicos, la ‘parrhesia’ no solo era un derecho, sino una obligación. Solo hablando con sinceridad, por mucho que pudiera generar incomodidades, se podían explorar y resolver los problemas de Atenas.
El filósofo Peter Boghossian no eligió la mejor época para practicar la ‘parrhesia’. Sus 11 años de profesor en Portland State University, en la que enseñaba, entre otras materias, Filosofía de la Educación y Ciencia y Pseudociencia, estuvieron jalonados de presiones e incidentes. Sobre todo hacia el final. Boghossian ha pasado por escraches, sabotajes, bolsas de heces en su despacho, pintadas de esvásticas con su nombre, campañas anónimas de difamación en la prensa universitaria por parte de algunos colegas, escupitajos, amenazas y hasta un expediente disciplinario.
Boghossian cuenta que su objetivo siempre ha sido tratar de estimular el pensamiento crítico de sus alumnos mediante el método socrático: exponiéndolos a distintas opiniones sobre temas culturalmente importantes. Como él dice, “las mejores posiciones de cada lado”. Por las clases de Boghossian, que se declara “progresista clásico”, “total y completamente ateo”, han pasado teólogos cristianos conservadores, activistas de Occupy Wall Street y escépticos del cambio climático.
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Pero su docencia no siempre era bien recibida. Boghossian observaba “comportamientos extraños” entre el alumnado. Según su testimonio, algunos estudiantes se negaban a escuchar otros puntos de vista; si se les pedían pruebas de sus convicciones identitarias, se lo tomaban como una “microagresión”, y leer textos de autores que resultaban ser hombres y europeos era, para algunos de ellos, incurrir en el supremacismo blanco. Cuando el profesor denunció abiertamente este clima autoritario, e intentó demostrar lo que consideraba un asalto ideológico al núcleo de la enseñanza universitaria, comenzaron los problemas.
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El pasado septiembre, Peter Boghossian presentó su dimisión.
“Ladrillo a ladrillo, la universidad ha hecho que este tipo de exploración intelectual sea imposible”, escribió Boghossian en su carta de renuncia, publicada en el ‘substack’ de la periodista Bari Weiss, por el que transitan muchos de los afectados por la doctrina ‘woke’. “Ha transformado un bastión de la libre indagación en una fábrica de justicia social cuyos únicos intereses son la raza, el género y el victimismo, y cuyos únicos resultados son el agravio y la división. A los estudiantes de Portland State no se les enseña a pensar. Se les enseña a imitar las certezas morales de los ideólogos”.
En conversación con El Confidencial, Boghossian ofrece más detalles sobre su dimisión y su experiencia como profesor universitario. La entrevista ha sido ligeramente editada, por motivos de claridad, y va acompañada de algunas notas de contexto.
“Cuantas más preguntas hacía, más se molestaba, así que empecé a indagar en ello”
PREGUNTA. Empezaste a dar clases en Portland State en 2010. ¿Cómo era la situación entonces?
RESPUESTA. Al principio estaba muy bien. Muy al principio estaba genial. Pero luego, al pasar el tiempo, simplemente no hice las conexiones que, en retrospectiva, tendría que haber hecho. No relacioné los casos de comportamiento extraño de ciertas personas. No los relacioné con una ideología más amplia. Pensaba que, bueno, pasan muchas cosas en los campus urbanos. A lo mejor hay mucha gente con problemas de salud mental, no lo sé. Pero con el tiempo se hizo obvio cuál era el problema.
P. ¿Cuándo empezaron el acoso y los actos de vandalismo? ¿Hubo algún punto de inflexión?
R. Cuando empecé a hacer preguntas, ahí es cuando la gente se molestó mucho conmigo. Cuantas más preguntas hacía, más se molestaba, así que empecé a indagar en ello; y, cuanto más indagaba en ello, más me daba cuenta de que no se trataba solo de algunas personas con problemas de salud mental, sino de un problema sistémico. Hubo varios momentos: uno de ellos fue la publicación del artículo académico falso “El pene conceptual como constructo social“; el otro fue la invitación de James Damore, el antiguo ingeniero de ‘software’ de Google, y, por supuesto, el caso de los estudios del agravio. Fue un proceso lento con estos picos.
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El “caso de los estudios del agravio”, al que se refiere Boghossian, es posiblemente la acción que más lo ha enemistado con el movimiento ‘woke’. En 2017, Boghossian, junto al matemático James Lindsey y la editora Helen Pluckrose, decidió, a modo de experimento, mandar a varias revistas académicas una serie de artículos “moralmente repugnantes” —en palabras de Boghossian— y escritos en la más enrevesada escolástica identitaria. El objetivo era demostrar el sesgo ideológico de estas revistas, tan intenso que se les podía colar cualquier artículo paródico siempre y cuando denunciase alguna opresión y lo hiciese en neolengua ‘woke’.
Como contamos en el segundo capítulo de esta serie, de los 20 textos escritos en el plazo de unos meses, bajo seudónimo, siete fueron aceptados y cuatro publicados en estas revistas. Por ejemplo, uno de estos artículos, titulado ‘Entrando por la puerta de atrás: retando la homohisteria, la transhisteria y la transfobia del hombre hetero a través del uso receptivo de juguetes sexuales penetrantes’, recomendaba que los hombres se introdujesen en el ano objetos cada vez más grandes para reducir sus prejuicios. El texto incluía pasajes de ‘Mein Kampf’ reescritos en lenguaje feminista. Otro de los artículos hasta recibió un premio. El bulo, desvelado después por los propios autores, le costó a Boghossian un expediente disciplinario en su universidad.
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Luego está la invitación a James Damore, el ingeniero de ‘software’ de Google que fue despedido por matizar, en un memorándum, cuál puede ser la causa de la disparidad entre hombres y mujeres en la plantilla de la empresa.
Después de asistir a una charla de diversidad en Google, en la que se invitaba a los empleados a hacer un comentario, Damore escribió su memorándum, titulado ‘La caja de resonancia ideológica de Google’. En este, el ingeniero decía que, si bien el sexismo existe, no es la única causa de la disparidad en la cuota de género de una empresa como Google, y pasaba a citar estudios en los que se argumentaba que las mujeres, en todo el mundo, tienden estadísticamente a desempeñar profesiones más relacionadas con el trato personal, como psicología, odontología, profesorado o profesiones creativas. De ahí que su cuota tienda a ser mayor en estos sectores y menor en empleos técnicos como la ingeniería informática. El origen de estas disparidades, por tanto, sería, parcialmente, biológico. Damore añadía que para reequilibrar la balanza era un error recurrir a políticas de discriminación inversa.
Días después de que circulase el memorándum, Damore, que trabajaba desde casa porque había recibido amenazas de compañeros, fue despedido. El documento, que se puede leer aquí, fue interpretado por varios medios como un ejemplo de misoginia. A medida que el caso se hizo notorio, algunos académicos, como el psicólogo de Harvard y autor Steven Pinker, defendieron a Damore y alegaron que las ideas expresadas en su memorándum no tenían nada de escandaloso.
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“Cuando creas una cultura del miedo, no sabes lo que piensan los demás”
P. Cuando invitaste a James Damore, ¿cuál fue tu intención? Dices que por tus clases ha pasado gente muy diferente. ¿Cuál era el contexto?
R. Correcto. Si miras el principio del vídeo, lo primero que digo es que había invitado a gente del Departamento de Estudios de la Mujer para que se sentase con James Damore y conmigo. Nadie me hizo caso. Dos días después, los volví a invitar. Nada. Yo pensaba: esta es una idea culturalmente relevante, la universidad está constantemente hablando de la diversidad. Quiero saber si estas afirmaciones pueden aguantar el escrutinio, quiero saber lo que son. Por eso quería a gente del Departamento de Estudios de la Mujer, porque quería que analizasen estas afirmaciones, públicamente, conmigo. Pero se negaron. Entonces llamé a una bióloga evolutiva, Heather Heying, y a Hellen Pluckrose, que después fue la autora de ‘Cynical Theories’. Alguien desconectó los altavoces cuando Heather Heying hablaba de las diferencias de altura entre hombres y mujeres. Te puede disgustar el hecho de que haya diferencias de altura entre hombres y mujeres, tienes todo el derecho a que te disguste, pero es un hecho y una realidad.
P. A partir de ahí las cosas empeoraron, por lo que tengo entendido. Alguien dejó bolsas de heces en tu despacho y dibujaron unas esvásticas…
R. Muchas esvásticas.
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P. Cuando ganaste notoriedad en la universidad, a raíz de estos episodios, ¿hubo algún profesor que te apoyase? ¿Cuál era el contexto político del campus?
R. Es una pregunta muy interesante. Cuando creas una cultura del miedo, no sabes lo que piensan los demás. Tienen miedo a decir lo que piensan. Así que realmente no sé cuántas personas estaban de acuerdo conmigo, pero te diré una cosa: algunos se me acercaban y me susurraban al oído [Boghossian susurra]: “Esta gente está loca”. O decían: “Gracias…”. Y yo les decía, ¿por qué no dices eso públicamente? ¿Por qué no sales a la palestra y haces un comentario? “Oh, no, no, no”, respondían. Pero hubo alguien que me apoyó, Bruce Gilley, el tipo que escribió el artículo académico a favor del colonialismo. Y es interesante porque, previamente, habíamos estado en distintos bandos. Bruce es un cristiano redomado y yo soy un total y completo ateo. Pero él vio el iliberalismo y la censura.
P. ¿Cómo se manifiesta esta ideología en la universidad? ¿Te presionaban para que cambiaras el temario? ¿Teníais grupos o talleres antisesgo?
R. Portland State University tiene un equipo de respuesta al sesgo. Cualquiera se puede quejar. No tienes ni que ser parte de la universidad. Puedes quejarte anónimamente. Hay una oficina, la Oficina Global de Diversidad e Inclusión; hay constantes talleres y seminarios, etcétera. El rector de Portland State declaró públicamente, en diferentes formatos, que la justicia racial era la más alta prioridad. Y hay mecanismos para aplicar esa prioridad a través de la oficina de diversidad. Cuando digo aplicar, no hablo de gente abiertamente racista, sino de cualquier forma, cualquier cosa que pueda estorbar esa alta prioridad. Y pondría en esa categoría las preguntas sinceras de los alumnos. También hay una cultura que te mantiene a raya. Cuando hicimos el evento con James Damore, la gente decía que nos iban a tirar heces, a cortar la luz del edificio. A estos eventos venía la policía. No la del campus, sino la policía de Portland. El mensaje está clarísimo: si no cuestionas la ortodoxia, no te pasará nada.
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Hay varias cosas que comentar a raíz de estas palabras. Primero, los “equipos de respuesta al sesgo”, que proliferan en las universidades desde hace aproximadamente una década, invitan a los estudiantes a denunciar anónimamente cualquier cosa que les resulte ofensiva, sea un comentario, un tuit o una manera de expresarse. Según un estudio de la Foundation for Individual Rights in Education (FIRE), que revisó 231 de estos equipos, las universidades y en ocasiones la policía se ven incentivadas a investigar estos incidentes que muchas veces no son tales, dado que el derecho a expresarse está protegido por la Constitución de Estados Unidos. FIRE destaca que el concepto de “sesgo” en estas denuncias tiende a ser amplísimo.Segundo, la universidad declara efectivamente en varios sitios que la justicia racial es su “prioridad estratégica”. “Construiremos sobre el trabajo de muchos para implicar a toda la PSU [Portland State University] en este esfuerzo”, dice su página oficial, “aplicando la lente antirracista a todas las señales que enviemos, a todos los modelos que creemos, y a todas las políticas que apliquemos. Mediremos nuestro progreso y nos haremos unos a otros responsables de nuestros actos”.
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Y tercero, Portland State University ha rehusado varias peticiones de comentarios acerca del caso Boghossian, pero algunos de sus docentes han criticado al exprofesor. Jennifer Ruth, vicepresidenta de Agravios y Libertad Académica de la universidad, acusó el pasado marzo a Peter Boghossian y Bruce Gilley de ser “abusones académicos”, ya que usarían las controversias ‘woke’ para darse renombre y provocar a los ‘trolls’ de la derecha, que luego acosan a otros docentes.
Boghossian respondió con una carta en la que, entre otras cosas, decía: “Al alegar que la crítica de ideas publicadas y modelos pedagógicos es acoso, y crear mecanismos institucionales que levantan barreras contra críticas totalmente apropiadas, líneas enteras de estudio se vuelven exentas de escrutinio”.
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“No ven la objetividad como algo bueno. Es una herramienta del hombre blanco para sostener el patriarcado y la esclavitud de las minorías”
P. ¿Cuál fue la gota que colmó el vaso? ¿Qué te hizo, finalmente, dejarlo?
R. Había algo que, cuando sucediera, sabía me haría irme. No sabía cuándo ocurriría, pero sabía que después no podría quedarme y mantener mi integridad. Te lo voy a contar. Estuve intentando conseguir una reunión de cinco minutos con el rector de la universidad. Literalmente cinco minutos. Y su equipo me decía que estaba muy ocupado. Conseguí una reunión con el decano y le puse un enlace en la carta: la Foundation for Individual Rights and Education, en 2020, colocó a la PSU como una de las peores universidades en materia de libertad de expresión. Le dije al decano, en nuestra brevísima reunión, que yo ya no estaba intranquilo, sino que estaba realmente preocupado. Y él me dijo: “es algo bueno estar en esas listas”. Y aluciné. Joder si aluciné. Esto no es un fallo de la ideología, es una característica, está ahí por diseño. De alguna manera, siempre pensé que estar en esa lista despertaría a la gente y le haría darse cuenta de que este es un puto problemón. Esos chicos vienen a educarse y no pueden ni dar su opinión. Cuando dijo que era algo bueno estar en esas listas, no me lo podía creer.
P. En esta experiencia que tienes con la ideología ‘woke’, ¿no hay espacio para el matiz? Parece que siempre hay dos elementos. El primero, la ideología en sí, con su concepto de la blancura como el pecado original, la interseccionalidad, etc. Y un segundo elemento, que es su aparente rechazo a la libertad de expresión. ¿Nunca has conocido a un teórico ‘woke’ que estuviese dispuesto a debatir contigo y a aceptar tus ideas como válidas, aunque estuviesen en contra de las suyas?
R. No, no. Y la razón es muy curiosa. La razón es que no ven el discurso, el diálogo y la conversación como herramienta para llegar a la verdad, con minúsculas. Estas son las herramientas del hombre blanco. No ven la objetividad como algo bueno. Es una herramienta del hombre blanco para sostener el patriarcado y la esclavitud de las minorías. El [Museo] Smithsonian puso como ejemplo [de los atributos culturales del hombre blanco] el trabajo duro y la puntualidad. Ellos no lo comparten. Por el contrario, ven las experiencias vividas de la gente como una forma de liberarse de la opresión. De hecho, no les gusta la palabra ‘verdad’.
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P. Para ti, la libertad de expresión parece el elemento fundamental de todas estas controversias. ¿No sería útil, en ocasiones, limitar la libertad de expresión para evitar que circulen malas ideas como el racismo o la homofobia? Si estas ideas estuviesen circulando, ¿no se normalizarían y acabarían volviéndose más fuertes?
R. Toda la historia registrada dice que esa opinión es falaz. El movimiento de los derechos civiles se fundó en torno a la libertad de expresión, el movimiento del control de la natalidad… Si miras a los ejemplos históricos, la libertad de expresión ayuda a los más vulnerables de la sociedad. Así que la pregunta es: ¿cómo si no se ha liberado la gente de la opresión? No hay otra manera de inclinar el arco moral de la historia hacia la justicia, por usar la frase de Martin Luther King.
P. ¿Hay algún caso en que aceptarías que el Gobierno limitase la libertad de expresión?
R. Ya limita la libertad de expresión. Hay leyes contra la difamación, contra el libelo… No puedo empezar a colgar fotografías tuyas manipuladas con ‘Photoshop’ y decir que has violado a niños y que eres una persona horrible. Tenemos una infraestructura. Prácticamente estamos de acuerdo en cuáles son [esas leyes]. Hay un caso muy interesante que llegó al Tribunal Supremo hace unos años. Creo que fue una revista pornográfica [Hustler] que mostraba al cristiano conservador Jerry Falwell manteniendo relaciones sexuales con su madre en una letrina. El Tribunal Supremo decidió, con ocho votos a favor y cero en contra, que la caricatura estaba permitida porque Falwell era un personaje público.
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P. ¿Estás de acuerdo con estas leyes?
R. Sí. No soy un absolutista de la libertad de expresión. La diferencia fundamental aquí es entre personas e ideas. Cuando estás en clase de filosofía, debes de enseñar a los alumnos a cuestionar las ideas de las personas. Todas las ideas están sobre la mesa, pero los problemas mutables de las personas no.
P. ¿Qué opinas de las leyes que han aprobado varios estados republicanos, el pasado verano, para prohibir o limitar la enseñanza de la Teoría Crítica Racial en las escuelas?
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La Teoría Crítica Racial, originalmente una teoría académica de los años ochenta, es un término que ha pasado a aglomerar los pilares ideológicos identitarios, como la ‘fragilidad blanca’, la interseccionalidad o la experiencia vivida. En el capítulo tres de esta serie, hablamos de su influencia en la educación primaria y secundaria.
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R. Conozco a muchas personas en distintos lados del debate. Entiendo a cada parte. Te diré cuál es mi opinión y cuál sería la respuesta a esta opinión. No me encanta que se prohíban las cosas. Y no creo que la Teoría Crítica Racial deba ser prohibida. Conozco a personas que están muy a favor de que se prohíba. Su respuesta a mi postura sería esta: ¿crees que la Teoría Crítica Racial es inherentemente racista? Y mi respuesta es sí, lo creo. Entonces, si no permitirías que el Ku Klux Klan dé clase en la escuela, ¿por qué se lo permitirías a los teóricos de la Teoría Crítica Racial? Mi respuesta es que la manera de ganar la batalla de ideas no es prohibiendo cosas. La manera de ganar la batalla de ideas es con mejores ideas. Esta ideología se agotará. Solo es cuestión de tiempo. Mi miedo es que, al prohibir algo, te conviertas en aquello contra lo que luchabas. Incluso aunque esté intensamente en desacuerdo con la Teoría Crítica Racial.
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P. Al anunciar tu dimisión, ¿cuál fue la reacción mediática? Has dicho que solo has tenido peticiones de los medios conservadores.
R. Esa es otra. Todos los medios conservadores me querían en antena. Y ni siquiera soy conservador. Jamás en mi vida he votado a un republicano, algo que nunca he ocultado [Boghossian es seguidor de Andrew Yang, excandidato demócrata a la presidencia de EEUU y la alcaldía de Nueva York]. Pero MSNBC no me quería, ni la CNN, ni el periódico local, ‘The Oregonian’, ni la OPB [‘Oregon Public Broadcasting’]. Me puse en contacto con programas de izquierdas, Rachel Maddow… Ninguno quería hablar conmigo. Y no es que yo quiera ir a pillarlos con preguntas trampa. Solo quiero hacer una pregunta: ¿debe la justicia racial ser la más alta prioridad de una institución pública de Oregón? Como contribuyente, es una pregunta muy razonable. Ni siquiera quiero debatir. Pero la izquierda se niega a hablar conmigo.
P. ¿Por qué crees que no querían hablar?
R. Mi especulación es esta: mucha gente en la izquierda ha ido a estas universidades, son el producto de estas universidades. Han estado en un ambiente donde no se valora mantener conversaciones con los de la otra bancada. No han estado en un ambiente en el que hablar con personas con otras opiniones sea visto como una virtud. Como consecuencia, luego salen al mundo laboral y me miran a mí y a otras personas que los contradicen como si fuéramos una especie de nazis. Simplemente, no es verdad.
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Durante la entrevista, que abrevio en este punto, Boghossian dice sospechar que, de ser la derecha la que controlase la educación universitaria, la dinámica podría ser prácticamente la misma, solo que en sentido inverso. Los medios de la izquierda se abalanzarían sobre él y los de la derecha no le levantarían el teléfono. Dice que su “prueba del algodón” con las personas de derechas es preguntarles si aceptarían a un marxista en el Departamento de Economía de una universidad. Si dicen que sí, todo en orden. Si dicen que no, se habrían convertido en aquello que tanto critican. Se habrían convertido en “ideólogos”.
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P. Esta ideología ha sido muy insistente en la denuncia de las desigualdades raciales en cuestiones como la riqueza de los hogares o los índices de encarcelamiento, y hay personas que se sienten atraídas. Piensan que, para acabar con estas desigualdades, hay que presionar muy duro. De ahí que estén tan enardecidos.
R. Nadie está negando que existan esas desigualdades. Es decir, ¿cómo puede uno negar que existen desigualdades de riqueza? La pregunta es, ¿qué hacer con ellas? Nadie niega que haya injusticias raciales históricas. Quizás algún lunático en Arkansas que sea miembro del Klan. Pero ninguna persona cuerda podría negar las injusticias raciales históricas. La pregunta es cómo avanzamos como sociedad y qué podemos hacer al respecto. La respuesta no puede ser acallar a la gente que no esté de acuerdo contigo.
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¿Es el caso de Boghossian y Portland State University una excepción? Medir la influencia concreta de la doctrina ‘woke’ en el enorme abanico de universidades de Estados Unidos no es fácil, pero existen maneras. Según FIRE, entre 2015 y 2020 el número de académicos perseguidos por razones ideológicas se ha multiplicado, anualmente, por cinco. El 74% de los 426 casos documentados ha conllevado algún tipo de sanción. Los ataques vienen más a menudo de la izquierda, y tienen que ver, sobre todo, con opiniones relativas a cuestiones raciales. Un informe conjunto de FIRE, College Pulse y Real Clear Education, con datos de 2020, arrojó algunas pistas. De los casi 20.000 estudiantes entrevistados a lo largo y ancho del país, el 60% reconoció que había temido expresar su opinión sincera por miedo a represalias.
También prolifera otra de las prácticas ideológicas identitarias, la segregación racial, de la que hablamos en varios capítulos de esta serie. Un sondeo de la National Association of Scholars, efectuado entre 173 universidades, refleja que el 72% segrega por raza las ceremonias de graduación, el 46% segrega los programas de orientación a los estudiantes y el 43% el alojamiento en las residencias.
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Esa vuelta a la separación de los estadounidenses en base al color de la piel, que hace 60 años era considerado racista, se explica en base a los famosos ‘espacios seguros’. Dado que esta ideología percibe la realidad como una constante lucha por el poder, en la que unos grupos llevan generaciones oprimiendo a otros por todos los medios posibles, separar las razas sería una manera de protegerlas.
En todos estos estudios y conversaciones sobresale, curiosamente, un patrón: las universidades con mayores problemas de censura ideológica tienden a ser de élite y a estar situadas en las regiones costeras. Otros centros educativos tienen la reputación opuesta: los alumnos de la Universidad de Chicago, Kansas State University, Arizona State University o Texas A&M University, por ejemplo, dicen sentirse cómodos a la hora de expresar libremente su opinión, sea esta progresista o conservadora. La reciente aparición de grupos como Counterweight, Princetonians for Free Speech, Academic Freedom Alliance o Foundation Against Intolerance and Racism, dedicados a contrarrestar estas corrientes iliberales en la universidad y en los lugares de trabajo, testimonia igualmente un movimiento de reacción.
source Doctrina ‘woke’ (V): “Los chicos vienen a educarse y no pueden ni dar su opinión”
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