El Afganistán de la UE se llama Sahel: esta es la guerra interminable de Europa

En las últimas semanas han corrido ríos de tinta sobre las repercusiones de la caída de Afganistán a manos de los talibanes. Hay que sacar lecciones, buscar explicaciones y condenar distintas imágenes y vídeos. Mientras tanto, Europa tiene su propio Afganistán a las puertas del continente sin prestarle demasiada atención a ello a pesar de todas las implicaciones que tiene para la Unión Europea en materia de seguridad e inmigración, dos de las grandes obsesiones del club comunitario, y de las innumerables señales que envía la región.

Cuando en febrero de 2021 Emmanuel Macron, presidente francés, aseguró que la llamada operación Bamako no será bajo ningún concepto una “guerra eterna”, seguramente lo decía porque tenía claro, como una gran parte de sus aliados y de los expertos en la materia, que es una guerra que solamente puede ser interminable, porque no es posible ganarla. El Afganistán europeo, aunque sería más correcto decir francés, se llama Sahel.

Es una guerra que, como bien sabe Macron, o se extiende sin fecha de alguna manera, o se abandona sin ganarla. Por eso, París ha comenzado ya a retirar tropas a pesar de que el año pasado se alcanzó el pico con 5.100 efectivos galos sobre el terreno. Macron anunció este verano que la operación terminará en la primera mitad de 2022, aunque eso no significa que no vaya a quedar presencia militar francesa en la zona. El objetivo de Francia no es ganar la guerra, sino que la región, una zona en la que hacen frontera Burkina Faso, Mali y Níger, sea capaz de soportar por sí misma, quizá con algo de apoyo exterior, el avance de los yihadistas. Hacer operaciones quirúrgicas, como ocurrió recientemente, cuando militares franceses mataron al líder del Estado Islámico en la región, Adnan Abu Walid al-Sahraoui. Pero la inestabilidad política, las puñaladas entre Francia y Mali y la pérdida de algunos aliados cercanos en la zona pueden hacer que Francia se decante definitivamente por asumir que no es una guerra interminable y que se abandonará sin ganarla.

Alejandro Requeijo

Desde antes del colapso en Afganistán, Francia ha apostado por una estrategia en el Sahel que, precisamente, busca evitar una rápida descomposición similar a la afgana, pero la región es extremadamente volátil. París busca desestabilizar y debilitar a los yihadistas mientras da algo de aire a los estados de la zona. Así quiere transitar hacia un papel de apoyo a las fuerzas armadas de la región, pero sin que haya una brusca salida de militares galos. Es una operación con riesgos, porque, aunque la inteligencia francesa está hoy segura de que los estados de la región no colapsarán, Estados Unidos también creía que Kabul podría aguantar de una manera u otra el avance talibán. Y el ambiente se envenena cada vez más.

En el Sahel, Europa se juega todo lo que les importa a unos y a otros. Por un lado, la Unión Europea tiene la oportunidad de demostrar que es capaz de hacerse cargo de su propio vecindario, que es un actor listo para actuar y que no se limita únicamente al envío de millones para proyectos de desarrollo, sino que es capaz de poner los pies sobre el terreno y actuar. Es justo lo que quiere Francia, que es la que más insiste en la necesidad de avanzar en la idea de un Ejército europeo que dé una “autonomía estratégica” real a la Unión Europea.

Álvaro F. Cruz

Por otro lado, los incentivos no podrían ser más poderosos para todos los socios europeos. No solamente para Francia por poder poner en práctica sus ideas de una defensa común europea, sino porque, para los países más escépticos en materia de seguridad común —y los más centrados en su discurso contra la inmigración—, el Sahel representa un buen escenario. Se trata de una región que no solamente es un riesgo para la seguridad europea (hay fuerte presencia de grupos afiliados al Estado Islámico y Al Qaeda), sino que, además, es una zona de salida y tránsito para una gran cantidad de migrantes que intentan llegar a Europa.

Francia ha pedido en numerosas ocasiones que sus socios europeos se involucren más en una guerra que también les afecta a ellos, aunque es cierto que París se juega más que el resto. No solamente por seguridad, o por evitar el tráfico de migrantes hacia Libia, sino porque la inestabilidad pone en riesgo las minas de uranio en suelo nigeriano importantes para la energía nuclear gala. La operación Barkhane francesa tiene el apoyo de Estonia, Suecia, Dinamarca, Reino Unido y República Checa. España, junto a otros 16 países europeos, apoya la misión de Naciones Unidas para la estabilización de Mali, y participa también en las misiones civiles y militares de la Unión Europea en la región.

Bomba de relojería

Pero el conflicto está lejos de ser sencillo, otro rasgo que comparte con Afganistán y del que debería aprenderse cosas. La zona es una auténtica bomba de relojería, especialmente desde la crisis de 2012 y 2013 en Mali. Lo que empezó siendo un conflicto entre el Gobierno central y unos insurgentes tuaregs con apoyo yihadista ha acabado convertido en un conflicto étnico con consecuencias para toda la región. Los dos golpes de Estado que ha vivido el país en cuestión de nueve meses demuestran que la inestabilidad política está más presente que nunca. La sociedad civil no confía en las autoridades y tienen buenas razones para ello. En algunas ocasiones, las fuerzas de seguridad provocan más muertes que los yihadistas, que juegan esa carta a su favor.

L. P.

El anuncio de Macron de que retiraría efectivos sobre el terreno y que terminará con la operación no ha sentado nada bien a los líderes de la región. En Mali, la junta militar que dirige el país ha abierto la puerta a agentes rusos de Wagner y han comprado armamento a Moscú, en un movimiento que ha provocado mucho enfado en París. Macron aprovechó para criticar al nuevo Gobierno maliense, lo que ha empeorado la situación y ha provocado que Bamako tome medidas diplomáticas.

Los soldados franceses están lejos de ser populares en la región, y eso es algo que el líder galo no lleva bien. Hasta el punto de que el año pasado Macron convocó a sus homólogos de Mali, Burkina Faso, Níger, Chad y Mauritania (el grupo llamado Sahel G5) para que enviaran el mensaje claro de que querían a las fuerzas militares francesas sobre el terreno. El movimiento maliense de acercamiento a Vladímir Putin ha provocado que el mandatario francés amenace con abandonar la zona. Por su parte, Josep Borrell, alto representante de la Unión para Política Exterior y de Seguridad, señaló que se trata de una “línea roja”. Otros países europeos han enviado mensajes similares al francés.

Celia Maza. Londres

Pero el Sahel no es un lugar que se pueda abandonar sin consecuencias. El aumento demográfico, los conflictos civiles y militares, el avance del yihadismo, las sequías y el cambio climático provocan que esta zona, con frontera con Argelia y Libia, pueda dar muchos dolores de cabeza a la Unión Europea en el futuro.

Tras la caótica salida de Afganistán, muchos ministros de Defensa, así como el propio Borrell, señalaron la necesidad de que la Unión Europea ponga en marcha unas fuerzas de acción rápida, algo que 14 Estados miembros ya propusieron en primavera. El asunto ha vuelto a discutirse en la cena informal de líderes europeos en Eslovenia esta semana, antes de la celebración de la cumbre entre la Unión Europea y los Balcanes Occidentales.

Pero, como todo en Europa, el problema es la voluntad política. Esas fuerzas de acción rápida ya existen desde hace mucho tiempo, lo que no hay es voluntad para ponerlas a funcionar. La Unión Europea tiene un perfecto escenario para poner en marcha estas ambiciones, y es el Sahel. Pero la situación empeora rápidamente. Existe el debate sobre si Europa tiene que involucrarse más o no en la guerra —porque es una guerra—, y cómo hacerlo. Lo cierto es que la UE ya está metida hasta el cuello. Solamente le queda decidir cómo lo gestiona.

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