Con apenas un tercio de su población vacunada, Rumanía está sufriendo una virulenta cuarta ola de covid que deja más de 400 muertos diarios y ha obligado a suspender todas las hospitalizaciones no esenciales y a transportar pacientes graves a Hungría, Austria y Polonia ante el colapso de muchos hospitales rumanos. Esta situación, descrita como “catastrófica” por el presidente rumano, Klaus Iohannis, se produce también en la vecina Bulgaria (poco más de un quinto de la población vacunada), y contrasta con la relativa placidez con que los países más inmunizados del continente han pasado por esta nueva arremetida del virus.
Las autoridades y la gran mayoría de expertos rumanos han sacado de esto una conclusión inequívoca: Rumanía sólo dejará de tener partes de muertos diarios propios de tiempos de guerra si la población sigue el ejemplo de sus vecinos de Occidente y se vacuna en masa. Para conseguirlo, el presidente y el Gobierno han pasado de las palabras a los hechos.
Xena, Superman y el camarada del yoga: así cayó el Gobierno de centro derecha rumano
Marcel Gascón. Bucarest
Tras meses de advertencias, amonestaciones y broncas televisadas en ‘prime time’ que no surtieron ningún efecto, los gobernantes rumanos han impuesto a los no vacunados un régimen dracónico de prohibiciones que ha hecho la vida imposible a millones de personas en Rumanía. Y se endurecerá aún más si el Parlamento aprueba una ley rechazada por el Senado que prevé suspender de empleo y sueldo a los no vacunados en numerosas categorías profesionales.
¿Restricciones draconianas o necesarias?
Desde el pasado 25 de octubre, quienes no se hayan puesto la vacuna tienen prohibido salir a la calle entre las diez de la noche y las cinco de la madrugada en todo el territorio nacional. La medida ya llevaba varios fines de semana aplicándose en grandes centros urbanos como Bucarest y Timisoara y otras muchas ciudades calificadas como zonas rojas por los altos índices de contagios.
Antes de que entre en vigor el toque de queda y deban recogerse en sus casas, los vacunados han de enfrentarse a otras limitaciones. Quien no tenga un certificado de vacunación (o un test negativo o una prueba de haber pasado la enfermedad recientemente) tiene prohibido entrar a tiendas “no esenciales”, sentarse en los bares y en sus terrazas e incluso acceder a edificios oficiales para resolver trámites. Las consecuencias de estas restricciones son evidentes en las calles de la capital. Grupos de amigos de todas las edades que antes se sentaban a hablar y beber en bares ocupan ahora bancos y aceras. El personal de seguridad de la administración pública dedica buena parte de su jornada laboral a disculparse ante jubilados no vacunados por mandarles a internet a pagar las tasas municipales.
“Mengele también era médico”: así acabó este país peor que España con el rebrote del covid
Marcel Gascón. Bucarest
“Es una sensación muy desagradable querer tomarte un café y que te lo tengas que beber en la calle pasando frío porque no te puedes sentar en un bar”, dice a El Confidencial una administrativa bucarestina de 35 años que declina dar su nombre. “Hay una estigmatización del no vacunado, se nos culpa de lo que está pasando en los hospitales”, dice la mujer, que no pone en duda la relación entre el bajo nivel de vacunación en Rumanía con la dramática situación que se vive en los hospitales.
Pese a que teme sufrir algún tipo de efecto secundario de la vacuna, esta madre de dos hijos ha dado su brazo a torcer y se ha vacunado “para poder vivir como antes” y contribuir, “si de verdad ha sido por eso”, a superar una crisis sanitaria que muy pocos se atreven a negar viendo las imágenes de enfermos graves tratados en los pasillos de los hospitales. Igual que ella, decenas de miles de rumanos han aparcado en las últimas semanas su miedo a la vacuna o su incredulidad sobre la veracidad del discurso de las autoridades y sobre la capacidad letal del virus y han vuelto a llenar unos centros de vacunación que hasta hace muy poco estaban desiertos.
Tras caer hasta poco más de 4.000 dosis administradas al día a principios de septiembre, el ritmo de vacunación no ha dejado de crecer en las últimas semanas, y el pasado 27 de octubre superó las 150.000 vacunaciones en sólo 24 horas, de las que más de 110.000 eran primeras dosis, lo que supone un récord absoluto desde el comienzo de la campaña de vacunación en diciembre.
Nada mejor que hacer que vacunarse
Uno de los centros de vacunación más concurridos es el que se ha improvisado en el popular mercado bucarestino de Obor, donde El Confidencial ha preguntado a los nuevos vacunados sobre sus motivos para arremangarse y obtener el preciado pasaporte de vacunación.
– ¿Siente que le han obligado, que la han forzado a vacunarse con todas estas medidas? — preguntamos a varias personas que esperan su turno bajo un sol tenue de otoño.
– No me ha obligado nadie, ¡qué tontería! He venido por gusto, porque no tengo nada mejor que hacer — dice con sorna Sanda, una exuberante jubilada que anima la cola.
– ¿No le han afectado las restricciones?
– ¿A mi edad? Yo ya no quiero entrar a ningún bar, no voy a la playa, no me voy de juerga. Y miedo de morirme tampoco tengo, ya.
– ¿Y por qué ha venido a vacunarse, entonces?
– Porque no me dejan en paz mis hijos, y quiero que me dejen ver a mis nietos — dice la señora dejando de lado el sarcasmo.
Los últimos sin vacunar en España: quiénes son y por qué se resisten
Darío Ojeda
En la cola hay también una mujer de mediana edad que responde sin vacilar cuando se le pregunta por qué ha venido:
– Antes que nada, porque quiero entrar a los centros comerciales.
– ¿Y qué hizo que no se vacunara hasta ahora?
– Yo pasé el covid antes de que se supiera que la enfermedad había llegado a Rumanía.
El confinamiento no es “arresto domiciliario”: el fallo de Estrasburgo que precede al del TC
P. Gabilondo
¿Existe un elemento de miedo ante lo que se ha visto en los hospitales, donde han muerto numerosas personas jóvenes y de mediana edad no vacunadas?
Uno de los hombres que guarda su turno responde con contundencia:
– No es una cuestión de miedo, sino de restricciones. He tenido sorpresas en el trabajo. Nos han dado un plazo para que nos vacunemos — dice antes de explicar que trabaja en un complejo comercial “muy grande, con muchos empleados”, al que los trabajadores no podrán entrar sin el certificado de vacunación en caso de que el Parlamento apruebe la ley con la que el Gobierno quiere aumentar la presión sobre los escépticos.
Entre los más jóvenes de la cola está el repartidor de Glovo Cristian Ostasu. “Han empezado a exigirnos el certificado para entrar a los restaurantes a recoger los pedidos”, dice con resignación mientras avanza hacia las enfermeras que le pondrán la inyección. A poca distancia del centro de vacunación se apresura cargando una aparatosa mochila térmica un repartidor de una empresa rival. Le preguntamos si es verdad que ya no puede trabajar sin certificado de vacunación y dice que no. Pero teme que pronto sea el caso: “yo también iré a vacunarme cuando encuentre un hueco”.
source El país que ha hecho la vida imposible a sus ciudadanos para lograr que se vacunen