El piropo, ¿halago o acoso «sutil»?

Cada día, miles de mujeres y jóvenes escuchan comentarios no deseados sobre su físico o su forma de vestir –desde calificativos aparentemente inocentes como «guapa» o «bombón» a frases con alto contenido sexual– por parte de desconocidos que no solo están lejos de agradar, sino que en muchos casos afectan a la autoestima y provocan sentimientos de inseguridad y de miedo. Según Jorge García Marín, sociólogo y coordinador del Máster en Igualdad, Género y Educación en la Universidade de Santiago (USC), los piropos están en la base de la pirámide del acoso callejero, un problema que sufren el 80% de las mujeres, según una encuesta internacional realizada por IPSOS para L’Oréal Paris.

En su opinión, los piropos no son un halago si proceden de un desconocido a quien no se le ha pedido su opinión, sino una intromisión en el espacio íntimo de la persona. El experto explica que este tipo de comentarios parten de una posición de poder y autoridad del acosador, que se siente en el derecho de interpelar a la víctima en la calle, en la cafetería o en el trabajo sin consentimiento previo, entendiendo que sus comentarios están justificados, son halagüeños y socialmente aceptados.

Cosifican a la mujer

Según Marín, los piropos cosifican a la mujer. «La reafirman en la esfera en la que tradicionalmente se la ha situado, como un objeto de dominación. En cierta medida, creemos que la mujer merece ese piropo porque responde al canon de belleza que nos gusta a los hombres y, por tanto, la reforzamos con ese piropo y entendemos que ella tiene que estar agradecida por esta gentileza entre comillas», alega.

En su opinión, cuando alguien emplea un silbido o un piropo está invadiendo el espacio personal de otra persona. «Es una invasión de su intimidad e incomoda a la otra persona. Generalmente, los hombres no tenemos que pasar por esa incomodidad», dice.

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Jorge García Marín, sociólogo

“En cierta medida, creemos que la mujer merece el piropo y que ha de estar agradecida”

Priscila Retamozo, politóloga, formadora en igualdad de género y coordinadora del proyecto educativo Comando Igualdade, asegura que este tipo de expresiones son una demostración de poder que refuerza la idea de que el espacio público no pertenece plenamente a las mujeres. «Nos recuerda quién puede transitar libremente y quién está expuesta a ser observada, calificada y controlada. Para nosotras, caminar por la calle implica estar bajo una mirada constante que, consciente o inconscientemente, ejerce una dominación simbólica sobre nuestro cuerpo y nuestra presencia. Estas acciones, aunque a menudo se justifiquen como ‘culturales’, limitan nuestra libertad y afectan nuestro bienestar», dice.

Retamozo sostiene que aunque las agresiones físicas son más identificables, esto no significa que otros gestos «más sutiles» no deban de ser censurados socialmente. «Los comentarios, gestos o miradas intimidantes también son formas de acoso. Perpetúan dinámicas de desigualdad y pueden tener efectos duraderos en la autoestima y el bienestar de las afectadas», afirma.

Justificación masculina

No obstante, mucha gente los justifica al considerar que son muestra de admiración hacia la mujer y una manifestación propia de la galantería masculina, y consideran que considerarlos acoso es exagerado y que ahora los hombres «ya no pueden decir nada». Retamozo sostiene que justificar los piropos como parte de la libertad de expresión es confundir este derecho con incomodar. «No se trata de censurar, sino de aprender a interactuar respetando los límites de otras personas. Además, justificar estas actitudes como algo inherente a los hombres es subestimarlos de una forma casi insultante. No todos actúan de esta manera, ni mucho menos, y asumirlo perpetúa estereotipos dañinos tanto para ellos como para las mujeres», opina.

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Priscila Retamozo, politóloga y formadora en Igualdad

“Para nosotras, caminar por la calle implica estar bajo una mirada constante”

Legitimando el acoso

Además, aún hoy se sigue responsabilizando de este tipo de conductas a la víctima. «El acosador siempre va a legitimar el acoso culpabilizando a la víctima: ‘Si ella no llevara minifalda, yo no la diría nada’, como si mi sexualidad se desbordara ante cualquier estímulo externo, algo que no funciona al revés. El piropo se sitúa en la base de la pirámide de poder masculino y cimienta otras clases más graves de dominación », explica el sociólogo de la USC.

En cuanto a cómo erradicar estas conductas, Retamozo sostiene que educando en igualdad. «Es clave promover espacios de reflexión que permitan identificar cómo estos comportamientos refuerzan la desigualdad y cómo construir relaciones basadas en el respeto mutuo. Visibilizar experiencias reales también puede generar conciencia colectiva y contribuir a que las calles se perciban como espacios seguros para toda la ciudadanía, independientemente de su sexo», expone la politóloga y formadora.

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