“¡Hola, bienvenidos! ¿Saben lo que contamina su crucero?”

Son las diez y media de la mañana. Una docena de activistas sostienen unos carteles donde se puede leer ‘Stop Creuers’, ‘Canviem el rumb’ y ‘Your luxury, our climate crisis’. Enfrente de este grupo, una mujer inglesa, menuda y sonriente, recibe a los turistas que salen de la estación marítima de es Botafoc de Ibiza con una afable sonrisa de oreja a oreja. A todos ellos les saluda con un musical “good morning! Welcome to Ibiza!” más propio de una guía turística.

“Tras ese saludo inicial, después les digo: ‘Perdone, ¿sabe lo que contamina su viaje?’. O les pregunto si saben cuántos millones de turistas visitaron una isla tan pequeña como Ibiza el año pasado. Siempre con una sonrisa, eso sí”. Quien habla es Karen Killeen, portavoz y alma mater de la entidad Extinction Rebellion Ibiza (ERI), y que forma parte de Canviem el Rumb, plataforma de entidades partidaria de poner límites a la llegada de turistas. “Los cruceros son extremadamente contaminantes, sus barcos, en Europa, contaminan cuatro veces más que todos los coches que hay en el continente. Se supone que estamos en una emergencia climática, que hay que descarbonizar la industria. En cambio, los cruceros van en aumento”, critica.

Este miércoles, una decena de activistas se han congregado entre las 10 y las 12 del mediodía en el puerto de es Botafoc, coincidiendo con el atraque en Ibizade tres cruceros de grandes dimensiones -el ‘Seven Seas Grandeur’, el ‘MSC Seaside’ y el ‘Britannia’- que, en total, suman 10.400 pasajeros. Los turistas de los tres barcos desembarcan de manera escalonada para evitar una congestión en el muelle, y los primeros son los del ‘Seven Seas’, en su gran mayoría británicos. Quienes abordan a los cruceristas son Karen y Marta, que también habla un inglés perfecto.

“Pienso que mostrar a la gente que veranea en crucero los efectos que está generando, ya sean económicos y sociales, está bien. Es algo que deberían saber. A mí es algo de lo que me gustaría que me informaran“, explica Marta, que también está participando en esta acción de protesta y que aboga por la empatía y el buen rollo para realizar estas acciones: “Hay que ir con una sonrisa siempre. No los voy a enviar a la mierda porque ellos no tienen culpa de nada. El problema es de las administraciones, que no regulan y no hacen su trabajo”.

De hecho, cuando entrega un folleto a una pareja de jubilados galeses, estos comentan que han visto en la BBC la información sobre la protesta en Mallorca del pasado domingo y que les parece razonable: “Sabemos que hay un problema, pero…”, y hacen un gesto como queriendo decir, ‘qué quieres que le haga, estoy de vacaciones’.

Por tanto, a diferencia de Barcelona, aquí no se dispara a los turistas con pistolas de agua ni se grita a nadie. Incluso comenta Killeen que algunos cruceristas le han reconocido que “en sus países son activistas contra los cruceros. Pero claro, que llegan las vacaciones y no quieren renunciar a este bienestar”. En resumen, ¿qué sería el ser humano sin sus contradicciones?

Unos amables, otros no tanto

Asegura Killeen que los turistas británicos suelen ser bastante educados y comprensivos. Habría que puntualizar que lo son cuando quien les aborda también es británico. Cuando lo hace alguien con un acento que no les es familiar, no son tan educados. Lo sufre en sus propias carnes Fátima Clérico, quien informa con una paciencia infinita -y también con una permanente sonrisa- a los pasajeros que descienden del ‘MSC Seaside’. En este caso, la mayoría de turistas son españoles e italianos, aunque también hay algunos ingleses, y la mayoría de ellos rechazan la información o incluso hacen malos gestos.

“Pero los peores son los italianos. No les importa, no escuchan, ni siquiera quieren hablar. ¡Y eso que les hablo en italiano! En cambio, los españoles son otra cosa. La mayoría están interesados por la problemática y muestran más empatía”, explica Clerico, que reparte folletos y, si el interlocutor se deja, les intenta hacer un resumen en cuatro frases del problema de la masificación turística y de la vivienda en la isla.

“A mí me parece normal que quieran poner un control de la llegada de turistas según la zona. Si en un lugar hay mucha gente y ya no se cabe…”, razona Antonio, un crucerista que viene de Motril y viaja acompañado de su familia, conformada por nueve personas. La matriarca, Mari Ángeles, comenta que “es un tema complicado porque el turismo también deja puestos de trabajo. A un labrador no le puedes decir que no labre la tierra. Pues si aquí se vive de esto…”.

“Estoy de acuerdo con lo que dicen, en Valencia nos sucede lo mismo, que ya no podemos estar en nuestra propia ciudad. Se debería regular pero ya se sabe, aquí la pasta es lo que manda”, comenta un indignado Ramón, que viaja acompañado de su esposa, Julia, y de su hijo, Hugo, y que en vez de crucerista podría pasar por un activista más. “La industria de los cruceros es contaminante y sí, lo admitimos, tiene cosas que chirrían mucho», comentan Pablo y Elena, gallegos residentes en Barcelona, que cuando se les pregunta que por qué viajan en crucero, admiten: «Bueno, todos tenemos nuestras contradicciones”.

“Está bien saber estas cosas”, responden Sonia y Juan Carlos, mientras echan un vistazo al folleto que les han entregado. Están de vacaciones, vienen de Toledo y, aunque aseguran entender los motivos de la protesta, no les apetece sentirse culpables de nada: “Cada uno va a su rollo. Es lo normal. Ahora nosotros estamos de vacaciones, acabamos de llegar. Si protestan, tendrán sus motivos, pero qué quieres que le haga”.

Mientras que la mayoría de cruceristas españoles atiende a Fátima con respeto, el caso de los italianos es otro mundo. Pese a que ella habla su lengua a la perfección, la mayoría ni siquiera la mira o le giran la cara. Eso en los mejores casos, ya que hay quien la increpa: “¿Y tú dices que eres ecologista? Y bien, que llevas móvil, ¿no? ¡Pues tu móvil también contamina! ¡A ver si tu móvil contamina más que yo!”, le espeta una muchacha, que se aleja hacía la cola de taxis gritando “il cellulare, il cellulare”. Más educado es un hombre que, con una sonrisa, le comenta que gracias pero que la política no le interesa: “Todo consumo es político”, le responde Fátima.

“¿Sirven para algo estas acciones? Claro que sí”, comenta Karen Killeen: “Yo misma, antes, también iba de cruceros. Con esta información, puede ser que, en un futuro, estas personas se lo piensen dos veces. Si yo cambié, lo puede hacer cualquiera. ¿Por qué no?”. Y con una sonrisa, eso siempre.

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