Javier Cercas: “Yo soy el diablo que entra en el Vaticano”

Javier Cercas (Ibahernando, 1962) regresa a la novela sin ficción con ‘El loco de Dios en el fin del mundo’ (Random House), insólita mezcla de libros de viajes, crónica religiosa, relato biográfico e investigación detectivesca sobre el misterio de la resurrección que el autor de ‘Soldados de Salamina’, “laicista militante, impío riguroso” y, en fin, un ateo con todas las letras, pergeñó tras acompañar al papa Francisco en su no menos insólito viaje a Mongolia en septiembre de 2023. “Please allow me to introduce myself”, que saludan los Rolling Stones desde las primeras páginas. 

-Un ateo en el Vaticano. Menudo comienzo.

-Así empezó, sí. Cuando me ofrecieron esta oportunidad, yo lo primero que les dije es: “pero ¿no saben ustedes que soy un tipo peligroso?”. No sé por qué me eligieron a mí. 

-¿Y no preguntó? 

-No me interesaba. Si me dan esta oportunidad única que no había tenido nada, la aprovecho. ¿Por qué me eligen a mí? Me da igual. Yo soy muy conocido en Italia, y eso pudo influir. Pero dice mucho de cómo es este Papa y de cómo debería ser la Iglesia hoy. Porque van a buscar a un tipo que saben perfectamente que no es de su cuerda. 

Los escritores nos dedicamos a entender, y hay gente que no comprende que entender no es justificar, sino exactamente lo contrario. Entender consiste en darte los instrumentos para no volver a cometer los mismos errores”

-Es más: Lorenzo Fazinni, director de la Librería Editora Vaticana, le dice tras proponerle el libro que, como vuelva del viaje convertido, no venden “ni un puñetero libro”. 

-Exacto. Ellos sabían perfectamente que yo era ateo. El Papa lo que ha querido es que la Iglesia vaya a buscar a los que no son como ellos. Se va a Mongolia, a países que no son católicos. Habla con musulmanes, con budistas, con gente que no es de su cuerda. Algunos católicos se lo han reprochado, porque entienden que no hace caso a los católicos. Eso, para empezar, no es verdad, pero sí que es cierto que, como los misioneros, busca hablar con el que no es como él. Este Papa es muy singular. No sé si ha habido un otro igual. Viene de un sitio distinto.

-En un momento del libro ironiza preguntándose si no lo habrán escogido para blanquear a la Iglesia.  

-Sin ironía, no hay novela. Y sí, claro, yo ironizo sobre mí mismo. Haya escrito de lo que haya escrito, siempre me han dicho estaba blanqueando: si escribo sobre Sánchez Mazas, estoy blanqueando el fascismo; escribí sobre Enric Marco y lo estaba blanqueando. Lo que pasa es que los escritores nos dedicamos a entender, y hay gente que no comprende que entender no es justificar, sino exactamente lo contrario. Entender consiste en darte los instrumentos para no volver a cometer los mismos errores. Si yo soy capaz de entender a un fascista, puedo combatir a un fascista. Si yo soy capaz de entender a un terrorista, tengo elementos para combatir a un terrorista. Cuando se trata de literatura, el único juez posible es el lector.

-¿Se parece en algo Francisco a los personajes de otros de sus libros? 

-Decía Flaubert que basta mirar atentamente una cosa para que se vuelva interesante. Y con las personas ocurre lo mismo. El Papa es un un personaje muchísimo más complejo de lo que presentan sus propagandistas. Al final, todas mis novelas y todas las novelas que a mí me importan, del Quijote para acá, son novelas policiales: en todas hay un enigma y alguien que intenta descifrarlo. Aquí, el enigma, más que Francisco, es el enigma fundamental de la civilización. 

-La resurrección. 

-¡Y la vida eterna! Eso es un enigma colosal, y es lo que está realmente en el centro del libro. Francisco es el representante de ese enigma. Es la encarnación pura de ese enigma que está en el corazón de nuestra civilización. 

-Y, aún así, casi nadie le pregunta al Papa al respecto. 

-Eso me asombraba. El Papa es Papa no porque sepa de Ucrania o de la emigración, sino porque sabe de la resurrección de la carne y de la vida eterna. Y sobre eso nadie le preguntaba. A mí me tenía totalmente perplejo. Sin la resurrección de la carne y sin la vida eterna, el cristianismo no existe. Nosotros venimos de Jesucristo y de Socrates. De Atenas y de Jerusalén. Quien no entienda esto, es un analfabeto. El enigma es colosal, pero yo lo trato a partir de lo más elemental, que es de mi propia experiencia. Es decir, yo llego a eso porque mi madre, después de que mi padre muriera, creía que iba a volver a verlo. Eso le había prometido el catolicismo. Y yo fui a preguntarle al Papa si era verdad que mi madre iba a ver a mi padre después de muerta. El enigma no diremos si se resuelve. 

Mi vocación literaria nace de la pérdida de la fe. Yo soy hijo de un doble desarraigo: uno geográfico y religioso, espiritual”

-Pero el final es bastante sorprendente. 

-Es alucinante, sí. He descubierto que hay que tener paciencia con la realidad para que te entregue lo mejor que tiene. Cuando escribes una novela en la que no puedes inventar nada, si tienes paciencia, un poco de suerte, y rezas mucho, aunque seas ateo, al final la realidad puede entregarte algo así. Yo he tenido mucha suerte. 

-¿Y también ha rezado? 

-Debo haber rezado mucho, sí, porque es un regalo inmenso. 

-Francisco, escribe, es un Papa diferente, el Papa de las primeras veces. ¿Habría aceptado una propuesta similar con Juan Pablo II o Benedicto XVI? 

-Sin la menor duda. A mí lo que me intriga es el Vaticano, la Iglesia. Pero no creo, honestamente, que a ningún otro Papa se le hubiese ocurrido. Me parecería rarísimo. Una de las preguntas implícitas que hay en el libro es qué es hoy la Iglesia. Siempre me ha interesado el asunto, precisamente porque soy ateo y anticlerical. Anticlerical como el papa Francisco.

-Se hizo escritor, confiesa, porque perdió la fe.

-Es algo que tenía un poco escondido, pero mi vocación literaria nace de la pérdida de la fe. Yo soy hijo de un doble desarraigo: por un lado, un desarraigo geográfico; y, por otro, uno religioso, espiritual. Un verano, uno de esos veranos que volvíamos al pueblo, me enamoré de una chica y volví a Girona desesperado, porque estaba enamorado como un berraco. Lo único que quería hacer es colgarme del cimborrio de la catedral. En ese momento, me cambió mi manera de leer. Fui a buscar el libro más serio que encontré, que fue ‘San Manuel Bueno Mártir’, y empecé a leer no solo por placer, sino también en busca de conocimiento. La literatura se conviertió para mí en un sustituto, en un sucedáneo de las religiones. Voy ahí en busca de certezas, de las seguridades que a mí me había proporcionado la religión, pero la literatura no te da certezas. Sólo dudas y más inquietudes. 

-¿Cómo sale de ‘El loco de dios en el fin del mundo’ el ateo, anticlerical, laicista militante, y racionalista contumaz que empezó a escribir el libro?

-A mí este libro me ha cambiado en muchísimas cosas, pero sigo siendo ateo. No puedo salir de mi ateísmo, me cuesta mucho. Hay un salto que yo no soy capaz de dar, que es el de la fe. Sigo siendo un racionalista contumaz. Sigo siendo, desde luego, anticlerical. Incluso más que antes, porque uno de los elementos capitales del discurso religioso de Francisco es su anticlericalismo. Es fundamental para él. El clericalismo significa que el clero, el sacerdote, está por encima de los fieles. Y eso es letal. Es el cáncer de la Iglesia.

-¿Colocar en el arranque una cita de ‘Sympathy For The Devil’ de los Rolling Stones es una provocación?

-Claro. “Please allow me to introduce myself”. Yo soy el diablo. El diablo que entra en el Vaticano. Es una ironía, pero una ironía seria. Además, ‘Sympathy For The Devil’, que es una obra maestra, es una canción religiosa.

‘El loco de Dios en el fin del mundo’

Javier Cercas

Random House

485 páginas

23,90 euros

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