Pocos personajes del siglo XX, por no decir ninguno, han tenido la influencia de Henry Kissinger (Fürth, Alemania, 27 de mayo de 1923) en la política internacional, en los movimientos decisivos de la diplomacia de la guerra fría, en la gestión de grandes crisis –singularmente, la guerra de Vietnam– y también en el ejercicio de una realpolitik que, como en Latinoamérica, adquirió el perfil ominoso de la represión sin tregua. Desde la publicación de ‘Un mundo restaurado’ (1957) hasta ‘Liderazgo’, cuya versión en español es de este año, su caudalosa y a menudo polémica bibliografía ha tenido un gran impacto en el análisis de riesgos a escala mundial por su convicción de que solo el equilibrio estratégico puede evitar el Armagedón.
A pocas semanas de que Kissinger doblara el cabo de los 100 años, cumple este sábado, el semanario británico ‘The Economist’, publicó una larga conversación con él. La idea de fiar la distensión a una suerte de empate entre adversarios, aparece en su aproximación a las crisis en curso. Así, acerca de la rivalidad entre China y Estados Unidos, sostiene: “Ambas partes se han convencido de que la otra representa un peligro estratégico. Vamos camino de una confrontación entre grandes potencias”. Y sobre la guerra de Ucrania, sentencia que fue un error abrir a Kiev la puerta de ingreso en la OTAN, y se muestra temeroso de las consecuencias: “Hemos armado a Ucrania hasta el punto de que será el país mejor pertrechado y con los dirigentes de Europa estratégicamente menos experimentados”.
¿Qué alternativas promueve Kissinger? Para la competencia sino-estadounidense, que ambas partes empleen la próxima década en aprender a convivir y a evitar la tercera guerra mundial; para la guerra de Ucrania, lo dejó escrito en diciembre del año pasado en ‘The Spectator’: “Establecer una línea de alto el fuego a lo largo de las fronteras existentes cuando comenzó la guerra el 24 de febrero. Rusia renunciaría a sus conquistas, pero no al territorio que ocupa hace casi una década, incluida Crimea. Ese territorio podría ser objeto de una negociación tras un alto el fuego”.
Profesor en Harvard
Ese enfoque para la resolución de conflictos calientes no era desconocido para quienes a partir de los primeros años sesenta buscaron consejo en el joven profesor Kissinger de la Universidad de Harvard. Para entonces ya había dejado dicho: “La estabilidad no ha solido ser el resultado de una búsqueda de la paz, sino de una legitimidad generalmente aceptada”. La legitimidad, aclaraba, “no debe confundirse con la justicia”, sino que se reduce a “un acuerdo internacional acerca de la naturaleza de los arreglos funcionales”. Durante sus años de consejero de Seguridad Nacional de Richard Nixon y de secretario de Estado del propio Nixon y de Gerald Ford llevó a la práctica esa distinción entre legitimidad y justicia: le valió en Vietnam para poner las bases de la retirada después aconsejar la extensión de la guerra a Camboya; le fue útil para normalizar las relaciones con China en 1972, congeladas desde 1949; fue de aplicación en la visita de Nixon a Moscú para poner en marcha el acuerdo START-1 para la reducción de los arsenales nucleares.
Años después, en el libro ‘White House years’ (1979), dijo del acercamiento consumado con la URSS: “El mayor logro fue el de haber bosquejado el esquema sobre el que debe basarse la coexistencia entre las democracias y el sistema soviético”. Un recurso de estilo para soslayar el hecho de que, con harta frecuencia, se acogió a cierto relativismo moral que hizo de él un mago de las relaciones internacionales, justamente denostado por su execrable planteamiento de la estabilidad en América Latina, donde alentó cuartelazos sanguinarios contra diferentes democracias –Chile, Argentina, Uruguay, Bolivia y otros lugares–, y anduvo detrás de la ‘Operación Cóndor’, que recurrió al terrorismo de Estado.
El desembarco de los ‘neocon’
La mayor de las paradojas es que alguien tan asociado a la derecha como el doctor Kissinger dejó de inspirar la política exterior del Partido Republicano a partir del desembarco en la Administración de los ‘neocon’ que arroparon a George W. Bush de la mano de Richard Cheney. La idea del equilibrio estratégico pasó a equivaler a claudicación habida cuenta el hundimiento de la URSS y la posibilidad de establecer un orden mundial unipolar, un horizonte que alarmó a Kissinger: “Los desequilibrios –opinó– llevan a la confrontación”. Un conspicuo teórico de la derecha recalcitrante como Bill Kristol subrayó justamente lo contrario: “La historia nos dio la razón, la URSS no era invencible”. Y Albert Walhstetter, del mismo círculo ideológico que Kristol, aseguró en los años noventa que el equilibrio estratégico no proporcionó estabilidad al sistema bipolar, algo que la historia desmiente.
Los riesgos inherentes a la crisis de Ucrania y a la tensión China-Estados Unidos, parecen justificar, por el contrario, la tesis de Kissinger en ‘Orden mundial ‘(2014): “Se impone realizar una reevaluación del concepto de equilibrio de poder”. Para hacer tal cosa y a pesar de sus 100 años, tiene sobre la mesa dos libros en marcha, uno sobre inteligencia artificial y otro sobre la naturaleza de las alianzas. Habrá que leerlos.
Enlace de origen : Kissinger, el mago de las relaciones internacionales, cumple 100 años