La despensa del Noroeste, la persistencia como «leitmotiv»

Cómo vivir una vida tan larga es una de las cuestiones que emanan, con deriva estructural, del progreso social en las economías desarrolladas. Cómo afrontar el avance de la esperanza de vida en paralelo a cómo encarar la pérdida de masa crítica, de manos capaces de dar continuidad a una estructura socioeconómica. Hasta, sin relevo a la vista, empiezan a faltar personas mayores, como ilustra el ejemplo de Asturias: los 271.458 pensionistas medios que anotaba a cierre de 2024 están por debajo del tope de los casi 273.000 registrados el año precovid. Y así, la de la escasez de población activa, es una bola que se hace grande en el campo, el mar y las industrias agroalimentarias de la despensa que es el Noroeste del país. Galicia ha restado 64.000 efectivos a su población activa desde sus máximos, en 2012; el Principado ha hecho lo propio en otros 40.200 efectivos desde 2008, por los 74.400 con los que ha dejado de contar Castilla y León desde el tercer trimestre de 2011. La diversificación en los aprovisionamientos, la apuesta por el valor añadido y un esfuerzo desconocido —por novedoso— por la incorporación de talento están marcando la pauta.

En las tres comunidades es patente el avance de lo que se conoce como la terciarización de la economía. Esto es, un trasvase de la generación de riqueza del sector primario, principalmente —también existe un retroceso de la industria, menos acusada en el Noroeste—, al de los servicios. Con empujes notables del comercio o la gran distribución y, sobre todo, del turismo. Así queda patente en las cuentas económicas regionales, en las que el peso del capítulo de «agricultura, ganadería y pesca» prosigue su senda descendente hasta el 5,8% de Castilla y León, el 1,3% de Asturias y el 4% de Galicia. Con todo, y a excepción del caso del Principado, el peso del empleo asociado a la agricultura, ganadería, pesca e industria de la alimentación es superior a su equivalente en el conjunto de la economía. Por ejemplo: los afiliados castellanoleoneses son algo más del 4,5% de los de todo el país —a datos del pasado mes de marzo—, mientras que la masa laboral adscrita a estas actividades es del 7%. Y en Galicia sucede lo mismo: tiene poco más del 5% de los asalariados de toda España, y el 5,2% de los del campo, el mar y la alimentación.

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La condición vertebradora del campo y el mar, tanto frente al abandono de las poblaciones rurales como de dinamización de las economías ribereñas, nunca ha sido, a juicio de las empresas implicadas, suficientemente puesto en valor y tenido en consideración de cara a beneficiarse de políticas estatales y, sobre todo, comunitarias.

El acceso a materia prima

En algunas de estas industrias se produce una fortísima dicotomía, la de un retroceso de las actividades primarias frente al avance de la transformación. Y esto lo ilustra a la perfección el caso de la transformación de pescado: la actividad extractiva en aguas comunitarias, y del conjunto de barcos de pabellón español, no para de descender, mientras que la producción continúa escalando y batiendo cotas históricas gracias al aumento de los volúmenes y del valor añadido. Las últimas cifras disponibles de capturas corresponden al ejercicio 2022 y son de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), con 743.571 toneladas descargadas —a la comunidad gallega le corresponde cerca de la mitad de toda la capacidad pesquera disponible en España—; es la cota más baja de su historia. Por contra, las empresas de elaborados de productos del mar facturaron 7.500 millones de euros en el mismo año, un récord, de acuerdo a los estudios del Comité Científico, Técnico y Económico de la Pesca de la Comisión Europea (Stecf, por sus siglas en inglés). Galicia, con buques insignia como Grupo Profand —con fortísima presencia también en Aragón—, Nueva Pescanova, Iberconsa o conserveras como Calvo o Frinsa del Noroeste es protagonista indiscutible de este éxito.

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Forjado a base de una creciente diversificación, tanto en proteínas como en mercados, con operaciones de crecimiento orgánico —más buques en sociedades mixtas extranjeras o más granjas de acuicultura— o inorgánico, con adquisiciones en Estados Unidos, Argentina, Marruecos, la India, Grecia o Brasil. Atrás han ido quedando estrategias de comercio al por mayor, con compañías de trading: el foco está puesto en el acceso directo a la materia prima, en el control de todo el proceso productivo hasta el consumidor final, cada vez más concienciado sobre la idoneidad de una trazabilidad completa de las referencias que incluye en su cesta de la compra. Y, por encima de todo, en la aportación del valor añadido: las ventas a granel son reemplazadas por elaborados a base de merluza, langostinos, salmónidos, atunes y cefalópodos porque competir con commodities —entendidas como productos base, sin transformar— contra gigantes como China o Tailandia es una quimera de mal pronóstico, como han demostrado recientemente quiebras como la de la gallega Grupo Atunlo, otrora mayor comercializadora de túnidos de España.

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Este elemento, el del valor añadido, es generalizado en las actividades derivadas del sector primario en todo el Noroeste peninsular. Es lo que ha permitido su evolución, pese al factor condicionante de la escasez de mano de obra, materia prima —en algunos sectores— o la penetración de productos competencia de países low cost. Veamos: si la industria alimentaria de Castilla y León se anotó una cifra de negocios conjunta de 12.300 millones de euros en año postpandemia (2021), el ejercicio 2023 acarició los 16.300 millones de euros. De nuevo, el peso de esta actividad en el de todo el país sobrepasa con creces la que le correspondería por PIB: 9,4%.

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La de Galicia rozó los 13.400 millones de euros (+25% en comparación con 2021) y la de Asturias se anotó otro incremento del 30%, hasta los 2.623 millones de euros, de acuerdo al informe oficial del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. La elevada presión inflacionaria ha situado a los aceites como líderes en productos exportados —por grupos Taric—, con 6.580 millones de euros en 2024, pero con la fortísima resistencia de la carne de porcino, los vinos, carnes de bovino, conservas de pescado o el propio pescado congelado. Referencias en las que estas tres comunidades del Noroeste, en resistencia, son un baluarte dentro del conjunto de todo el Estado. Con ilustres nombres propios como Sigma España (Campofrío y Campofrío Frescos), Grupo Coren, Corporación Alimentaria Peñasanta (Capsa Food), Grupo Jealsa o Bodegas Martín Codax.

El futuro

Los retos son múltiples, heterogéneos, en buena medida estructurales. Como el tamaño de cada unidad productiva, tanto por la dimensión de cada empresa o explotación —las 64 hectáreas de media de las de Castilla y León están a años luz de las de la impronta minifundista de Galicia— como de las armadoras pesqueras. Es un elemento condicionante a la hora de emprender o perseverar en el necesario camino de la digitalización, la inversión en I+D o el mejor acceso a canales tradicionales de financiación, especialmente en un contexto de concentración bancaria.

Pero las industrias, por persistentes —u obstinadas— que hayan demostrado ser, necesitan del denodado respaldo de las administraciones: la dotación de servicios al mundo rural es imprescindible para anclar talento, así como la imperativa necesidad de renovación de flotas pesqueras, a las que se sigue negando la imperturbable Comisión Europea.

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