Han logrado mucho, pero ya no les basta. Es el resumen aséptico del estruendoso divorcio tras seis años de la izquierda en Portugal, que este miércoles se ha concretado con la retirada de apoyos al Gobierno del socialista Antonio Costa para aprobar sus Presupuestos para 2022. Con ello, y si el presidente del país cumple lo anunciado, ha llegado el final de la legislatura que echó a andar hace dos años y se celebrarán elecciones anticipadas, previsiblemente para enero. Una crisis sin precedentes que llega cuando el país tenía otro motivo para presumir mundialmente: su ejemplar campaña de vacunación contra el covid-19 y el inicio de la vida pospandémica, que despegaría de forma definitiva con la llegada de los fondos europeos de recuperación. Pero a día de hoy solo hay, de nuevo, crisis.
La ruptura ha sido una sorpresa en Portugal. En un país en el que la incertidumbre es muy mal vista por los electores, lanzar una apuesta que pueda desembocar en elecciones anticipadas es una vía muy arriesgada para la izquierda, pero las tiranteces y desavenencias abiertas hace tiempo que marcan el paisaje político. La cuerda se tensó demasiado, coinciden en tertulias y columnas de opinión desde Lisboa, tras seis años en los que los incontestables triunfos de la alianza de izquierdas entre socialistas, comunistas y marxistas del ‘Bloco de Esquerda’ han tenido desiguales resultados para los implicados. Se ha muerto de éxito en tierras lusas, desde donde emergen importantes avisos para quienes quieran esquivar otros barrancos.
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¿Coalición o pacto?
La relación entre la izquierda portuguesa fue compleja desde su origen. Costa convenció a comunistas y bloquistas para que le apoyaran a finales de 2015. Entonces, el PSD, de centroderecha, ganador de las elecciones pero sin la mayoría para gobernar, palidecía al ver cómo los socialistas formaban un gobierno en solitario, firmando un pacto con la restante izquierda para que, sin entrar con ellos en el Ejecutivo, les apoyaran en el Parlamento. Nacía así la “geringonça”, una palabra acuñada despectivamente por la derecha que se refiere a un mecanismo precario que, de alguna forma, funciona. Y funcionó. Juntos, pero no revueltos, revirtieron medidas impuestas durante los años del rescate y la ‘troika’, al inicio de la pasada década.
Pero llegó 2019, con nuevas elecciones generales, y Costa, que esta vez sí venció, aunque quedándose a ocho escaños de la mayoría absoluta, prefirió en esta ocasión no realizar acuerdos por escrito. En su lugar, dijo, llegaría a pactos puntuales llegado el caso. La decisión fue recibida como una bofetada por los antiguos socios, que nunca ambicionaron entrar en el gabinete y entendieron que en esta etapa ya ni siquiera formaban parte de una dirección común. Las relaciones empezaron entonces a deteriorarse.
Los partidos de izquierda perdieron relevancia ante sus propios electores, que en posteriores citas electorales dieron cada vez más apoyo a los socialistas
Los pequeños, invisibles ante el éxito
El segundo plano en el que se situaron por voluntad propia en la primera legislatura de Costa y por resignación en la segunda desgastó la propia acción del ‘Bloco’ y los comunistas. La iniciativa legislativa era del Gobierno, y ellos, aunque fundamentales a la hora de aprobar las medidas en el Parlamento, quedaban fuera de la foto de victoria. Eran cada vez más invisibles, y por tanto incapaces de capitalizar en la misma medida que los socialistas logros como las subidas de las pensiones o el salario mínimo. De cara a la galería tenían exigencias duras frente a los socialistas, pero a la hora de la verdad siempre llegaba el acuerdo, que el Ejecutivo vendía como medida propia.
La consecuencia inmediata fue perder relevancia ante sus propios electores, que en posteriores citas electorales dieron cada vez más apoyo a los socialistas. El ejemplo más relevante, por la magnitud y por la cercanía con el divorcio escenificado este miércoles, llegó en las elecciones municipales del pasado septiembre. Entonces, el ‘Bloco’ perdió concejales en casi una decena de ayuntamientos en los que había entrado cuatro años antes y los comunistas fueron expulsados de alcaldías que habían ostentado desde que la democracia llegó al país con la Revolución de los Claveles, en 1974. La sangría era ya insostenible para los exsocios de Costa y en Portugal se entiende que su órdago esta semana obedece en gran medida a la necesidad de reaccionar ante ese descalabro.
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Enrique Martínez. Lisboa
Exceso de confianza y resurgir de la derecha
La cercanía a la mayoría absoluta que Costa logró en 2019 cambió también la dinámica de las relaciones entre los socios, sobre todo por parte del primer ministro, que en lugar de priorizar entendimientos con bloquistas y comunistas buscó acuerdos con solo uno de los dos de forma puntual, dado que le bastaba para lograr la mayoría. La situación generó al principio reticencias entre los antiguos aliados, pero posteriormente acabaron por volverse contra los socialistas, votando en varias ocasiones junto a la derecha como venganza por sentirse ignorados. Así sucedió en marzo pasado, cuando todo el hemiciclo se unió para obligar al Gobierno a aumentar las ayudas sociales para colectivos especialmente vulnerables durante la pandemia.
Finalmente, tras seis años de Gobierno, Costa perdió otro elemento fundamental para aglutinar a su alrededor a los socios izquierdistas: el rechazo de la sociedad a la derecha. Muy desgastados por haber impuesto durísimos recortes como parte del rescate oficializado en 2011, el centroderecha del PSD se vio durante varios años sin posibilidades electorales y con un gran rechazo en las urnas, hasta el pasado septiembre. Entonces el candidato del PSD Carlos Moedas logró ganar la alcaldía de Lisboa tras 14 años de gobiernos socialistas. Los lisboetas, al marcar la alternativa, señalaron un importante camino a los exsocios de izquierda de Costa: si sus acciones implicaban que los socialistas perdieran apoyos, el miedo a la llegada de la derecha no sería un factor que les perjudicara a ellos.
source La izquierda de Portugal se corta la barba: lecciones para ponerla a remojar en España