Primero fueron las baldas vacías en los supermercados. Luego la cadena Nando’s cerrando 50 de sus restaurantes por falta de pollo. Y ahora las gasolineras. Reino Unido está en caos ante la escasez de transportistas. Hay un déficit de 100.000 camioneros. Las escenas de pánico en las colas de más de dos horas ante las estaciones de servicio por la falta de combustible protagonizan todos los titulares. Pero es tan solo la punta del iceberg.
La patronal británica de los productores avícolas informa de que en torno a uno de cada siete puestos han quedado vacantes en su sector —cerca de 7.000 empleos—. La Asociación Británica de la Industria Cárnica anticipa problemas en la producción y el suministro de menús típicos de Navidad. Sus miembros afrontan una extraordinaria falta de plantilla, que ya supera el 15%. Y la lista sigue. Faltan carniceros, cuidadores, personal de almacén… En un país donde el paro se sitúa en el 4,7%, algunas empresas se han puesto a contratar incluso a presos que puedan disfrutar de días de permiso, porque sencillamente no encuentran trabajadores.
El Reino Unido no es un caso aislado. Indudablemente, el Brexit ha supuesto un punto de inflexión. Pero la crisis por escasez de mano de obra es un problema generalizado en toda Europa, así como en Estados Unidos.
En el caso de los transportistas, por ejemplo, mientras que en Alemania faltan entre 45.000 y 65.000 —con una imagen similar en Francia—, en Polonia la cifra es de casi 124.000. Con el fin de atraer mano de obra y cubrir esas vacantes, Berlín está invirtiendo en instalaciones, con mejores baños y zonas de ‘catering’. En Varsovia, se están poniendo incluso gimnasios en las estaciones de descanso.
La pandemia tan solo ha venido a amplificar los problemas ya existentes del mercado laboral, golpeando en cada país en su talón de Aquiles. Con los británicos, el Brexit; con los alemanes, la población cada vez más envejecida; con los franceses y españoles —donde el desempleo de dos dígitos ha persistido durante años—, la formación deficiente que sigue creando barreras.
Hay distintos factores que explican el panorama actual. Ignacio de la Torre, economista jefe de la firma de inversión Arcano, asegura que “el peso de la población activa ha bajado”. En julio, solo el 5% de la masa laboral de la eurozona estaba en puestos de trabajo a corto plazo, comparado con un cuarto en el pico de la pandemia.
Las pautas de consumo también han cambiado. “Se están construyendo, por ejemplo, más casas, cuando la gente está visitando menos hoteles. Eso crea curvas de ofertas rígidas, es decir, tienes que volver a formar a la gente. Un camarero no se puede poner de la noche a la mañana a conducir camiones cisterna”, asegura De la Torre a El Confidencial. “La clave es poder hacer políticas de formación. Y entrenar a los trabajadores donde los vas a necesitar. En España, por ejemplo, con la construcción. Nos va a pillar el toro seguro porque están subiendo mucho la construcción de casas de bases muy bajas y porque vamos a meter millones de euros en rehabilitación de vivienda. Lo que deberían estar haciendo ya es entrenar a gente que está en el paro para que puedan entrar en la construcción. Estamos teniendo muy poca proactividad”, asegura.
En el primer trimestre de 2021, la demanda de mano de obra en la UE —medida por la tasa de puestos vacantes— alcanzó niveles prepandémicos. Los sectores más demandados son los de la construcción y comunicaciones, donde la escasez de formación ya era un factor estructural de antes.
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En Europa del Este, la recuperación económica más rápida de lo previsto, combinada con el crecimiento de la producción industrial, ha sobrecalentado el mercado laboral y ha generado cuellos de botella en la contratación en el sector manufacturero. La demanda de trabajadores también ha aumentado en general en el sector de la hostelería, donde el alivio de las restricciones ha hecho que los empleadores tengan ahora verdaderas dificultades para cubrir las vacantes.
Es precisamente en este sector donde se han visto más cambios en la reinvención de los empleados. Ante la incertidumbre por la prolongación de los confinamientos, muchos han cambiado de sector de manera permanente. En Irlanda, por ejemplo, hasta el 30% de la población activa del sector de la hostelería ha cambiado de oficio.
Por su parte, en Chequia —donde, según los sindicatos, la pandemia ha expulsado a las mujeres y los jóvenes del mercado laboral— muchos camareros han pasado ahora a ser repartidores. En Grecia, un país donde la escasez de mano de obra era casi inexistente antes de la pandemia, los empleadores del sector hotelero tienen actualmente dificultades para encontrar empleados, en parte debido a las perspectivas laborales poco atractivas.
Asimismo, la pandemia ha afectado también de lleno a los flujos migratorios y no está claro cuándo la movilidad transfronteriza alcanzará de nuevo niveles precovid. En Alemania, por ejemplo, la inmigración se redujo alrededor de un 25% en 2020. Y no hablemos ya del Reino Unido, donde la lucha contra el coronavirus coincidió con la ejecución ya a efectos prácticos del Brexit y la nueva ley migratoria basada en el estricto sistema de puntos australiano. Se estima que 200.000 ciudadanos comunitarios abandonaron el país durante la pandemia y, de momento, no han regresado. Entre ellos, alrededor de 20.000 camioneros.
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Durante los 45 años de pertenencia en el bloque comunitario, el Reino Unido se había convertido en más dependiente de la mano de obra inmigrante barata de Europa que casi cualquier otro Estado miembro, particularmente en las últimas dos décadas de expansión de la UE hacia el este.
Antes de que los británicos salieran del bloque, la industria del transporte ya venía advirtiendo que se enfrentaba a un desafío de reclutamiento demográfico a largo plazo en un momento de aumento significativo de la demanda. Más de un tercio de los conductores de vehículos pesados tienen más de 55 años y en los últimos 18 meses alrededor de 55.000 conductores británicos han abandonado la industria.
El trabajo es duro. Las jornadas son largas y solitarias. Muchas paradas tienen servicios limitados de ‘catering’ y baños, y los sindicatos llevaban tiempo presentando quejas justificadas que ni la industria ni el Gobierno se tomaron en serio. La solución para las empresas no fue mejorar las condiciones y pagar más para atraer nuevos empleados, sino mirar hacia Europa del Este para llenar los vacíos.
La abundante disponibilidad de mano de obra inmigrante barata permitía que los grandes minoristas redujeran el costo de distribución a niveles extraordinariamente bajos, ayudando a ofrecer los precios más económicos al consumidor que exigen los votantes.
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Y esta espiral se ha replicado también a otros sectores en toda Europa. Como el de los cuidadores, tanto en casas como en residencias de ancianos. En plena lucha contra el coronavirus quedó patente que no había suficientes profesiones en este sector. Según los datos publicados por la Organización Mundial de la Salud, ya en 2013 había un déficit estimado de 1,6 millones de trabajadores, que se pronosticaba que aumentaría a 4,1 millones para 2030. En países como Austria, Alemania y los Países Bajos, la prestación de cuidados a largo plazo en el hogar depende en gran medida de trabajadores de Europa del Este, por lo que se vio gravemente afectada ante las restricciones de viaje.
En el caso concreto de los Países Bajos, el mayor exportador de carne de la UE, la floreciente industria se ha visto respaldada por un suministro constante de mano de obra inmigrante. Se trata del mercado laboral flexible de más rápido crecimiento en Europa, con casi el 40% de los trabajadores con contratos temporales o autónomos.
En el sector de la carne, los trabajadores de Rumanía, Bulgaria, Hungría y Polonia representan más del 60% de los 12.000 empleados de la industria y hasta el 90% de puestos de producción. Pero, tal y como denunciaba recientemente ‘The Guardian’, la gran mayoría tienen contratos flexibles, a menudo de cero horas, a través de agencias que organizan el transporte, seguro médico y alojamiento. La mayoría no recibe un contrato de vivienda por separado y legalmente pueden ser desalojados si el trabajo se termina, están enfermos o son despedidos. Incluso durante la pandemia muchos tuvieron que seguir asistiendo a sus puestos por miedo a ser echados.
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Durante años, el consenso político establecido ha sido que la libre circulación de mano de obra, aunque indudablemente negativa para algunos trabajadores, era buena para la economía en general, ya que ayudaba a impulsar el crecimiento y la innovación y mejorar la productividad.
A medida que aumentaba el número de trabajadores, la producción, obviamente, aumentó con ellos. Pero el crecimiento del PIB per cápita ha resultado mucho más difícil de lograr, y durante la última década el crecimiento de la productividad se ha ralentizado hasta prácticamente quedar en punto muerto.
Según el analista económico Jeremy Warner, una de las razones que explica esta situación es que a las empresas “les ha resultado más fácil y menos costoso contratar mano de obra barata que invertir en una mayor productividad y formación”. “Lejos de ser bueno para el crecimiento de la productividad, se podría entonces argumentar que la migración ha sido contraproducente”, matiza.
“Pero entonces —sigue explicando el analista— tal pensamiento va en contra de la teoría de la ‘falacia de la masa de trabajo”, la ortodoxia económica establecida que sostiene que no hay una cantidad fija de trabajo en una economía. Una mayor disponibilidad de trabajadores, prosigue la idea, debería crear más puestos de trabajo, más demanda y, por tanto, más empleo. Las nuevas habilidades importadas por la mano de obra migrante también deberían promover una mayor productividad.
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Pero en el contexto actual, Warner señala que la teoría puede parecer “al menos cuestionable” cuando “existen grandes disparidades en las tasas salariales dentro del área de libre circulación, grandes remesas de regreso a los países de origen y generosas medidas para compensar las reducciones de los salarios”.
Durante la pandemia, las ayudas a los ERTE proporcionaron un salvavidas tanto para los trabajadores como para los empresarios, asegurando que los niveles de paro se mantuvieran relativamente bajo control.
Estados Unidos pagó directamente las ayudas a los empleados que fueron despedidos. Aunque el paro subió posteriormente a su nivel más alto desde la Gran Depresión de la década de 1930, el objetivo era que las empresas tuvieran las manos libres para poder reestructurarse, lo que potencialmente permitía que la economía se reconstruyera con más fuerza.
Por su parte, la UE y el Reino Unido adoptaron el enfoque opuesto, subvencionando a las empresas para que retuvieran a su personal, con la idea de que esto les permitiera reiniciar rápidamente su actividad cuando terminaran los confinamientos.
En octubre, en el Reino Unido y en otras partes de Europa, como por ejemplo Francia, terminan las ayudas a los ERTE
La cuestión es que a ambos lados del Atlántico hay ahora problemas ante la escasez de mano de obra. En octubre, en el Reino Unido y en otras partes de Europa, como Francia, terminan las ayudas a los ERTE, pero los economistas no esperan que eso ayude ahora a cubrir vacantes.
¿Qué hacer? Joe Biden lo tiene claro. En tono susurrante, cuando un periodista le preguntó en verano por la escasez de mano de obra en los Estados Unidos dio un consejo a los empresarios: “Pagadles más”. La frase tuvo indudable éxito mediático y ha sido copiada ahora en Francia.
El ministro galo de Economía y Finanzas, Bruno Le Maire, afirmó a principios de septiembre que los sectores que tienen dificultades para encontrar empleados, como los restaurantes, los bares o los hoteles, tendrían que aumentar los sueldos para hacer los puestos más atractivos.
Los expertos aseguran que lo que impide que los trabajadores busquen empleo en determinados sectores es la falta de seguridad, las malas perspectivas profesionales y la naturaleza exigente del trabajo, junto con los bajos salarios y las malas condiciones laborales.
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“Hay que plantearse la cuestión de un mayor atractivo de estas industrias, lo que pasa también por una revalorización salarial”, subrayó Le Maire en una entrevista al canal BFM. Sin embargo, volvió a descartar un incremento del salario mínimo superior a la inflación: “No creo que sea la buena solución” porque eso “se va a pagar en empleo”.
La inflación interanual en Francia, Italia, Alemania y España marcó durante septiembre valores no vistos desde hace más de una década, según los últimos datos publicados por las oficinas estadísticas locales. En el caso de Francia, el IPC marcó un 2,7%, la mayor variación desde diciembre de 2011, aunque, si se compara con agosto, los precios cayeron un 0,2%. Por su parte, en Italia la subida fue de 3% anual en su valor más alto desde octubre de 2012, pese a que también se registró una deflación intermensual de 0,1%. Del mismo modo, en Alemania los precios al consumidor se incrementaron 4,1% en septiembre, la mayor alza desde junio de 1992. En tanto, en España, los precios crecieron 4% interanual, el máximo desde 2012, y los aumentos afectan ya a la inflación subyacente, es decir, aquella que no tiene en cuenta los precios volátiles de la electricidad y los alimentos. La subyacente es la clave, ya que al fin y al cabo es la que miran los bancos centrales.
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En cualquier caso, algunos economistas consideran la tendencia inflacionista de los sueldos algo positivo. En la eurozona, donde la inflación preocupa menos que en los Estados Unidos o el Reino Unido, las carencias en el mercado de trabajo podrían forzar a los gobiernos a impulsar los programas de formación para los desempleados de larga duración y abrir campo a la inmigración, según Daniel Kral, del laboratorio de Oxford Economics.
De hecho, pese al Brexit, el Gobierno de Boris Johnson ha ofrecido ahora 5.000 visados temporales de trabajo hasta Navidades a transportistas con el fin de solventar el caos que se vive por la falta de combustible en gasolineras.
Ignacio de la Torre, Arcano Partners, también considera que una subida de sueldos acelerada podría ayudar a las economías a repuntar de nuevo, siempre que se mitigue con incrementos de productividad, ya que de esta manera se estimularía la confianza del consumidor y el gasto.
source La pospandemia revienta el mercado laboral europeo: la falta de mano de obra asusta a la UE