Un golpe, directo a la cabeza, le tumbó al instante. Sergio no lo vio venir. Cayó al suelo inconsciente en el primer puñetazo. Pero llegaron más. Dos personas se bajaron de un coche y, en cuestión de segundos, “reventaron” su cabeza a patadas. Tenía 21 años. Llegó sin latido al hospital.
Eva, su madre, en casa, ajena a todo, se enteró horas después. Su hijo, que en la madrugada del 22 de noviembre de 2015 había salido con sus amigos a la discoteca Tropicana (Malgrat de Mar, Barcelona), combatía a la muerte en el hospital. “No me avisó nadie. Ni los médicos, ni los mossos…”, aún no lo entiende. “Cuando llegué al centro, a mediodia, a mi hijo ya le habían operado dos veces de la cabeza, le habían dado dos infartos, le habían tenido que volver a operar y quitarle el hueso frontal”, hace una pausa, y continúa, “el hueso de la frente lo congelaron y estuvo tres meses sin él. Se lo quitaron porque el cerebro le iba a reventar”.
Tras seis meses en coma y un año ingresado, Sergió salió del hospital. No podía comer, caminar y casi ni hablar. A la lucha por su vida, se sumó la judicial. La primera aún la batalla; la segunda se cerró en 2020, cinco años después de la paliza que sufrió, cuando el Tribunal Supremo confirmó la condena de cinco años de cárcel a los dos jóvenes que bajaron de un coche y se ensañaron a patadas con él. El otro agresor, el que le dio el primer puñetazo, fue condenado a tres meses de multa por un delito de lesiones.
La condena a los dos jóvenes condenados a penas de prisión incluía el abono de 1.263.956,19 euros -recoge la sentencia a la que ha accedido CASO ABIERTO-, pero el dinero, necesario para la rehabilitación que ya no cubre la Seguridad Social, nunca llegó.
“Mi hijo entró en el hospital el 22 de noviembre de 2015 y salió el 11 de noviembre de 2016, un año después”, arranca su madre. “¿Qué pasó?”, continúa, “Sergio no recuerda nada de aquella noche… Pero por los testigos, los amigos y la propia investigación, hemos podido reconstruir todo lo que ocurrió”.
La paliza
“Sergio estaba en el guardarropa…”, reconstruye Eva. “Iba con dos chicos más, mayores que él. Estos salen del local. Al momento, alguien le dice a mi hijo: ‘no vayas atrás que hay una pelea, están pegándole a uno‘… ‘Es que mis amigos no están aquí, a ver si van a ser ellos, dijo mi hijo…'”. Sergio salió. “Antes de llegar a la pelea, un chico le pegó un puñetazo, y mi hijo cayó al suelo inconsciente, fue un K.O.”, cuenta Eva. “Él no entró en la pelea. No llegó. Ni tenía arañazos ni ropa rota, nada… Cuando estaba inconsciente, dos chicos se bajaron de un coche y empezaron a pegarle patadas en la cabeza“. Fue visto y no visto, “unos segundos”, pero la paliza fue casi letal.
“Mamá”
“Tuvimos suerte”, explica Eva. “Pese a todo, pese a como estamos hoy, tuvimos mucha suerte”. Sergió salió de la ambulancia con un hilo de vida. “Los médicos dicen que llegó casi muerto y que, operando, con suerte, iba a quedar ‘vegetal’. Que… porque era un chaval de 21 años, si llega a tener más ni lo operan”.
Fue intervenido en varias ocasiones. Entubado, con una traqueotomía temporal, entró en un coma que se alargó seis meses, pero despertó. Abrió los ojos, pero todo había cambiado: “salió del hospital sin movilidad, tenía una sonda en el estómago para comer…”, se detiene su madre, “llevaba hasta pañal“. Tras un año ingresado, el día que le dieron el alta dijo su primera palabra: “mamá”.
“Al caer, se le rompió el cráneo, se le abrió, y las patadas fueron directamente al cerebro”
“Con el primer puñetazo, que es cuando cae al suelo, Sergio hubiera tenido lo que fuera… pero no las lesiones que tiene, dijeron los forenses”, explica ante este medio la mujer. “Las irreversibles que presenta están hechas porque al caer se le rompió el cráneo, se le abrió, y las patadas de los otros fueron directamente al cerebro”.
Tres personas involucradas. Un víctima, todo por hilar. Mientras luchaba por vivir, arrancó el juicio. “El mismo día, en sala, el chico que le dió el primer puñetazo se giró y pidió perdón”. Fue condenado solo por un delito de lesiones, no se demostró que hubiera formado parte de la paliza posterior. Su testimonio, el de los testigos, permitió identificar a los otros dos agresores, los que se bajaron del coche y, en cuestión de segundos, patearon sin piedad.
En 2020, cinco años después, el Tribunal Supremo confirmó la pena a los otros dos: homicidio en grado de tentativa, cinco años de prisión. También fueron condenados a pagar una indemnización que supera el millón de euros. En la cárcel se declararon insolventes. El dinero jamás llegó.
En paralelo, llegó el desamparo de la Seguridad Social: “Nos dijeron que había un tiempo establecido y unas sesiones de rehabilitación determinadas y que Sergio ya no podía tener más“.
“Solo podremos afrontar un año de rehabilitación, no mucho más”
La lucha de Eva, infatigable, sirvió para conseguir algo de oxígeno: “El Estado nos dio 56.000 euros hace cuatro años. Es una ayuda a la víctima… Ayudó, pero si me tienen que dar un millón y pico, no es ni el pico, no son ni 200.000″.
La llegada de ese ingreso permitió a Sergio acudir al Institut Guttmann, un hospital de neurorrehabilitación. Aprendió a hablar, comer, respirar. “Dejó el pañal”, pero seguía (y sigue) necesitando ayuda, “empezó a ingerir alimentos, primero purés, luego algo de sólido…”, aunque siempre con supervisión. Hubo avances impensables. Sergio, durante años, aplacó el dolor centrándose en su recuperación.
“El dinero se agota”, lamenta Eva. “Con 21 años que tenía cuando nos lo dan y, pagando -entonces- 1.400 por mes por tres días a la semana…”, calcula, “Sergio ahora tiene 29 años y está a punto de terminar”, lamenta. “Quedan unos 12.000 euros, hemos reducido días, solo va dos… Nos queda un año de Guttman, solo podremos afrontar un año de rehabilitación, no más“.
Cuenta atrás
Eva no dispone de ingresos. Sergio necesita “una persona las 24 horas con él”. Por más que lo intenta, las cuentas no salen. A los tratamientos, le suma la inversión en adaptar la casa -aunque no con todo lo que necesitaría- para poder atenderle. Al día a día, se le suma la rehabilitación privada -fundamental- que supone, tirando por lo bajo (tras reducir sesiones) 800 euros al mes. “No sé cómo lo podemos hacer”.
Ha llamado a todas las puertas. La primera, la de la Generalitat. “Está en estudio”, afirma, “solo he pedido que la rehabilitación, ya que no percibimos la indemnización, la asuma la Seguridad Social”.
Habla sin odio, aunque a veces resulte difícil, “a mi hijo le destrozaron, la verdad…”, pero se enfoca en buscar soluciones. “Yo tampoco podría dar 600.000 euros. Es una cantidad alta, pero es que uno de los dos condenados solo me ha dado 100 euros en ocho años. Entiendo que no puedan dar todo, pero ya que han hecho el daño y les ha salido barato porque ya han salido de prisión, por lo menos de lo que generes, dale a Sergio la mitad, ¿no?”.
La batalla de Eva se completa con Kike, su otro hijo. “Tiene parálisis cerebral, diagnósticada a los seis meses de nacer. A él, por ejemplo, no le funcionaba la rehabilitación, pero a Sergio sí”.
Sergio, el pequeño de los dos, pero que siempre ejerció de cuidador, ya elige su ropa, juega a la Playstation y tiene algo de autonomía, aunque es dependiente en la totalidad de actividades cotidianas. “No creo que llegue a caminar solo, pero en el agua puede bucear”. La lucha comienza de nuevo: “he gastado el poco dinero que tenemos para que revisen si, tras salir de prisión, la insolvencia que declararon sigue igual”. El proceso es lento, tedioso y Sergio está en cuenta atrás.
Eva, batalla sin cese. Sergio sigue luchando por vivir. Con 21 años todo cambió de rumbo. Era amante del fútbol, “ahora”, sonríe Eva, pues la actitud positiva es sello de la casa, “ahora se lamenta, dice que está seguro de que hubiera jugado la ‘Kings League'”. Insiste, “lo unico que quiero es que los agresores, el Estado, quién sea, se haga cargo al menos de la rehabilitación. Que mi hijo pueda ir todos los días como hacen todos los enfermos que están así”. Sergio tenía retos. Sueños. Por una paliza, ahora el principal es vivir.
Enlace de origen : La vida de Sergio, paralizada por una paliza: la indemnización que no le pagan sus agresores sería clave en su recuperación