¿Cómo recordaríamos los atentados del 11 de septiembre si en 2001 hubiera existido Twitter (ahora X)? ¿Y los del 11 de marzo en la era de Tiktok? No son pocas las veces que han surgido preguntas similares a estas en redes sociales. El 29 de octubre llegó en cierta manera la respuesta. La devastadora DANA que arrasó Valencia se ha convertido en la primera tragedia narrada por influencers en primera persona. Tanto por los que residen en esa comunidad, como por los que no. La conversación se monopolizó durante días, tanto que los expertos no recuerdan un fenómeno similar. Los contenidos relativos a las destructoras inundaciones se han compartido hasta la extenuación, aunque el desarrollado ha sido particular: de stories en apoyo a las víctimas a información sobre los puntos donde donar alimentos o enseres hasta acabar con la retransmisión en directo de los trabajos de limpieza y búsqueda de desaparecidos. La polémica está servida: ¿monetización de la tragedia o una forma altruista de echar una mano? Por cierto, este sábado 30 de noviembre se celebra su día mundial.
“Hay una cosa positiva y es que algunos de ellos han ido a implicarse en las labores de rescate y recuperación. Por tanto, han prestado cierta ayuda. Eso, de entrada, hay que ponerlo en valor porque es una cosa que suma”, afirma Ferran Lalueza, profesor de los estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya, que recuerda que su presencia sobre el terreno “y los contenidos que realizan y difunden nos recuerdan que las cosas están muy lejos de recuperar la normalidad”.
Ejemplos hay muchos, pero la línea que separa la solidaridad del rédito económico es muy fina. Por ello, las críticas no se hicieron esperar. Como tantas otras veces, Natalia Osona no tardó en situarse en el ojo del huracán. Siempre bajo la atenta mirada de un millón de seguidores, entre las fotografías y los vídeos de su perfil de Instagram se pueden encontrar, sobre todo, instantáneas en lugares paradisiacos, fotos promocionando cosméticos o publicitando su marca de ropa. Deslizando un poco hacia abajo, aparecen siete publicaciones, todas seguidas, sobre la DANA de Valencia: ella y su pareja recolectando donaciones, transportándolas y entregándolas. Una tras otra, todo perfectamente documentado.
Mirando con un poco más de detalle, aparece una miniatura que llama aún más la atención: un post animando a comprar una sencilla camiseta blanca o negra que juega con las palabras Valencia y valentía. “El 100% de los beneficios se destinará a los afectados (…). Además de ayudar a la recuperación de quienes más lo necesitan, cada vez que te pongas esta camiseta, estarás ayudando a mantener viva la conciencia, recordando a todos que la solidaridad no es un momento viral, sino un compromiso continuo“, reza la descripción, que incluye un enlace a su web. Osona colgó el post el 10 de noviembre, apenas diez días después de las riadas.
Debajo, son varios los comentarios en la misma dirección. “Odio el postureo”, “No entiendo el postureo en circunstancias tan duras”, “Hacer negocio de una catástrofe y ampararte en ‘donar lo recaudado’ o ‘para nunca olvidar lo sucedido’ me parece horriblemente frívolo”, “Las buenas acciones se hacen en silencio“. Entre todas las críticas, una mujer se pregunta a qué asociación irán a parar los beneficios de la acción, sin encontrar respuesta.
“Está claro que algunos influencers han aprovechado esta tragedia para finalidades menos legítimas. Por ejemplo, para hacer un lavado de cara, porque muchas veces este mundo está asociado a valores muy frívolos e insustanciales. De vez en cuando les va bien vincularse a causas nobles que conecten con sus seguidores desde esa sensibilidad, desde esa preocupación social. Algunos lo hacen yéndose con una ONG a África y, en este caso, han encontrado cerca un escenario donde toda ayuda suma”, recalca Lalueza.
“No importa lo que hagan”
Esto está estrechamente relacionado con la naturaleza misma de las redes sociales, unas plataformas que demandan contenido de forma constante sobre temas que interesan a sus usuarios. Los que tienen en ellas su vía de subsistencia tienen complicado no dejarse arrastrar por esa corriente. “No importa lo que una influencer haga. Siempre llegamos a la encrucijada de que aporten o no, todo está mal. Si desconectan, si acuden allí personalmente, si rescatan animales, si dan información de primera mano o si llegan a desinformar”, indica Arantxa Vicaíno-Verdú, profesora del Grado en Publicidad de la Universidad Internacional de La Rioja y autora del libro Música transmedia y narrativas culturales: La melodía de las redes sociales.
Esta millennial experta en comunicación pide no olvidar que, por definición, los creadores de contenido se circunscriben al ámbito del mercado publicitario y el márketing. “Es como exigir a un fontanero que se dedique a visibilizar que está aportando a la tragedia de Valencia. En este caso se trata de figuras con comunidades muy exigentes, muy volubles, que cambian de opinión muy rápido, lo que ha provocado reacciones muy dispares”, añade. Igual les estamos pidiendo demasiado.
Eso sí, Vizcaíno no pierde la ocasión de poner un ejemplo positivo. Habla de Nuria Adraos, natural de Valencia, maquilladora profesional con más de 800.000 seguidores en Instagram. “Se implicó desde el primer día acudiendo al entorno para apoyar a sus vecinos y a otras familias. Ella misma reconoció que había aportado alguna información errónea o desorientada, pero pedía que sus seguidores se lo comentaran para que pudiera rectificar, borrar y reorientar la información de la mejor manera posible. Esto es lo que les da valor”, indica la docente de UNIR.
La solución: un punto medio
Entonces, ¿hay solución? “Es muy complejo. Se trata de un entorno comunitario donde llega un momento en que los influencers no dirigen su contenido, sino que son las propias comunidades las que les exigen dar explicaciones, realizar acciones…”, asegura Vizcaíno, que pide no olvidar que las estrellas de internet son personas de a pie “que han obtenido la fama de un día para el otro”.
Ferran Lalueza pide no perder de vista que los creadores de contenido “viven de nuestra atención”, lo que depende en gran medida de los algoritmos de Tiktok o Instagram: “Si no conectan con lo que le interesa a la gente se quedan en fuera de juego”. Aunque reconoce que no es del todo incorrecto decir que están “monetizando la tragedia”, recuerda la necesidad de dibujar el contexto completo: “Por poco que hagan, suman. Bien sea estando sobre el terreno y echando una mano o en términos de concienciación”.
Sea como sea, por seguro que la salida no es entorpecer a los servicios de emergencias. Tampoco acudir al lugar de la tragedia a grabar un vídeo y subirlo a posterior con una imagen promocional con el protagonista manchado de barro (con Photoshop). Asumir la responsabilidad de transmitir información veraz sería la guinda del pastel.
Enlace de origen : ¿Le pedimos demasiado a los 'influencers'? Cómo la DANA de Valencia ha demostrado que no son ni ángeles ni demonios