Luchadoras ucranianas en el frente occidental

“Creo que la obligación de los ucranianos que estamos fuera de nuestro país es recordar que la guerra continúa dos años después de comenzar, que cada día sigue muriendo gente y que necesitamos que ayudéis de la manera en que podáis”. Así lo manifiesta Kateryna Vynohradova, una ucraniana refugiada en Vigo desde abril de 2021, asidua participante en las manifestaciones y actos de apoyo a su país que desarrolla la Asociación de Ucranianos en Galicia Girasol, con sede en Vigo (aug.girasol en Instagram). Su compatriota Tanya Ivanova es habitual en las concentraciones que hace en A Coruña la asociación AGA-Ucraína y lamenta que la guerra en su país haya pasado a un segundo plano en los informativos de España, que dedicaron solo diez segundos a un bombardeo ocurrido en Kiev el pasado 29 de diciembre en el que murieron 33 personas, según relata. “La guerra ahora en las fronteras es peor que cuando comenzó, mueren menos personas porque ahora tenemos armas para defendernos”, añade.

Ambas entidades de refugiados ucranianos en Galicia están dirigidas e integradas en su mayor parte por mujeres y no es casualidad, pues el perfil de persona de ese país exiliada en España se corresponde con el de mujer, en un 87% al inicio de la guerra y un 66% actualmente, que tuvo que abandonar su país son sus hijos menores a cargo mientras sus maridos, en edad militar, tenían que permanecer en su tierra.

“Para nosotros la disminución de la atención es muy aterradora”, comenta Anastassia Riabtseva, exiliada en Vigo junto a sus dos hijas adolescentes, consciente de que otras noticias de otros conflictos bélicos han relegado a la contienda en su país de la primera plana. “Hay personas que ya se han acostumbrado o han olvidado que hay guerra en Ucrania y creen que no es necesario ayudar, aunque conozco españoles que ayudan mucho”, manifiesta desde Ferrol Solomia Savcuk, para quien “todos debemos trabajar para alcanzar nuestra victoria”. También en la ciudad departamental Mariia Osadcha muestra una foto junto a sus hijos en un acto para reivindicar la paz con motivo del segundo aniversario del inicio de la invasión rusa en su país.

Estas y otras mujeres forman el ejército ucraniano en el frente gallego. Su primera batalla fue alejarse de su país y de sus seres queridos y viajar a un lugar con un idioma y una cultura diferentes. El acceso al mercado laboral, por la propia situación económica de España y por el desconocimiento del idioma, es uno de los principales escollos con los que se encuentran, si bien pueden regularizar su situación en España de manera inmediata y con solo ir a la policía ya obtienen el permiso de trabajo en 24 horas, según indica Beatriz Dorrío, presidenta del Patronato Concepción Arenal, entidad que les ofrece apoyo en temas de solicitud de asilo y otros trámites como la obtención de ayudas económicas y sociales. “Suelen venir a nosotros cuando llegan y, en el caso de los que no consiguen insertarse, cuando se les acaban las ayudas, que tienen una duración de once meses”, comenta Dorrío.

El acceso a la vivienda es otra de las dificultades con las que se topan al no tener los avales que les exigen los arrendatarios, de ahí que algunos continúen compartiendo piso con otras familias.

Sus perfiles profesionales son heterogéneos y su capacidad de inmersión lingüística es admirable, ya que muchas de ellas no sabían ni una palabra de español cuando llegaron y ahora pueden mantener una conversación fluida.

Pese a todos los obstáculos que han tenido que sortear, el balance que realizan de su situación en Galicia es bueno y sobre todo cuando hablan de lo bien que se han integrado sus hijos. “Agradezco mucho a España como país el trato que nos da, tanto a los refugiados como a la economía de Ucrania, porque es uno de los importadores más importantes de aceite de oliva y de nuestra producción agrícola en general”, manifiesta Kateryna Vynohradova.


ANASTASSIA RIABTSEVA

VETERINARIA. Kherson, Zaporizhzia

“Para mis hijas fue traumático perder todo lo que amaban”

ANASTASSIA CON SU HIJA EN UN PARQUE EN LA CALLE ARAGON

Anastassia y su hija Sofia, en un parque del barrio vigués de O Calvario. / Ricardo Grobas

Anastassia Riabtseva vivía en Kherson al inicio de la ocupación rusa de la ciudad, cuyas infraestructuras fueron duramente dañadas por los bombardeos. “Pasamos por momentos muy difíciles, hubo un periodo en que no teníamos agua ni medicinas”, así que en abril de 2022 se trasladó con su familia a su ciudad natal, Zaporizhzia, con menor problema para el acceso a la alimentación pero igualmente bombardeada todos los días, con las escuelas y su trabajo cerrados. Desde agosto de 2022 vive en con sus dos hijas, Sofia y Ruslana Ollinnyk, de 15 y 14 años, respectivamente. “Me separaba de mi familia, de mi marido, de mis padres, fue una etapa muy difícil a la que tardé mucho tiempo en adaptarme”, comenta. El desconocimiento del idioma fue un obstáculo añadido que, además, impide encontrar trabajo a esta veterinaria y diplomada en Trabajo Social con experiencia laboral en ambos terrenos, así como en equinoterapia para niños con parálisis cerebral y en masajes. “Así que fui por otro camino: encontré cursos interesantes, quiero estudiar primero y luego buscar un trabajo”, dice. Con el alojamiento ha tenido más suerte, pues al empezar su búsqueda encontró un apartamento en alquiler reformado en la zona de Sampaio, con cuya casera mantiene una relación que le permite practicar su español.

Las niñas han empezado a adaptarse más activamente y han empezado a hacer planes de futuro, “Sofia (la mayor) ya está pensando dónde estudiar después”, aunque aún no tienen amigos españoles, se relacionan con ucranianos y con su prima que vive en A Coruña con la hermana de Anastassia. “Para ellas fue una experiencia muy traumática porque a causa de la guerra dejamos lo que amaban, lo que yo amaba; yo, como adulta, entendía porqué vinimos aquí, pero ellas no sabían muy bien por qué razón dejábamos nuestro país”, explica Anastassia quien valora la atención que prestan los profesores a los adolescentes y a los problemas con los que se enfrentan. “Es muy difícil dejar tu país y tu familia, en lo único que puedes confiar es en tus propias fuerzas, primero, y en la ayuda que te proporcionan los estados. Y también hay que buscar la manera de ayudarse a uno mismo y distraerse”, por eso ayuda como voluntaria en un refugio de gatos. Respecto a volver a Ucrania, no tiene una respuesta clara: “Si todo va bien con mis estudios y mi trabajo, creo que nos quedaremos hasta que las niñas sean adultas”.


MARIIA OSADCHA

PELUQUERA. Kiev. 38 años

“Galicia es muy similar a mi tierra natal, soy afortunada de estar aquí”

Mariia, Ivan y Solomiia Osadcha en una  concentración en la Plaza de Armas de Ferrol.

Mariia, Ivan y Solomiia Osadcha en una concentración en la Plaza de Armas de Ferrol. / Cedida

Mariia Osadcha vive en Ferrol con sus dos hijos, Solomiia, de nueve años, e Ivan, de dieciocho, desde el 14 de marzo de 2022, cuando no había pasado ni un mes desde que tuvo que abandonar Kiev rumbo a Polonia por el inicio de los bombardeos rusos sobre la capital ucraniana. Durante los cinco primeros meses en Galicia, los tres vivieron con una familia gallega, hasta que ella encontró trabajo de peluquera, profesión que ejercía en su país, y gracias a ese contrato a tiempo completo pudo alquilar el piso en el que viven. Ahora está en búsqueda de empleo y aprovecha el tiempo para asistir a cursos de español y de gallego. “Al principio fue un shock empezar mi vida en otro país con otra gente y con un idioma que no conocía, pero cuando tienes que ocuparte de dos hijos y tantos documentos que arreglar no tuve tiempo para pensar en nada más”, comenta.

La integración para su hija pequeña, que cursa segundo curso de Primaria, ha sido más sencilla que para el mayor. “Es como una esponja, habla español, gallego, inglés, ruso y ucraniano”, dice. Para el adolescente, que este año se graduará en un ciclo profesional de Artes Gráficas, ha sido un poco más complicado, aunque ya tiene amigos, “una cosa muy buena, que es más fácil viviendo en una ciudad pequeña como Ferrol, donde todo el mundo nos conoce, que si estuviéramos en Vigo o en A Coruña”, dice.

Regresar a Kiev, la ciudad en la que nació y donde está su marido, no es una opción que contemple por el momento. “Mi hijo tiene 18 años y si entra en Ucrania no puede volver a salir; ahora va a hacer prácticas en una empresa y luego nos planteamos que vaya a la universidad”, expresa Mariia, quien dice sentirse muy afortunada de estar en un lugar “tan maravilloso” como Galicia. “Esta región es muy similar a mi tierra natal, con muchos bosques, montañas y un clima agradable. Conocí a mucha gente buena y amable. Por supuesto que existe la barrera del idioma, pero cuando tienes ganas de estudiar y encontrar un buen trabajo, aquí saldrá todo bien”, dice.


TETIANA IVANOVA

DIPLOMADA EN MÁRKETING Y ESTUDIANTE DE ARTES GRÁFICAS. Jarkov. 31 años

“No me siento segura en ningún lugar de Europa”

Tetiana (Tania por su
diminutivo) y su
perra Billi en el
monte de O Castro. 
// Marta G. Brea

Tetiana (Tanya por su diminutivo) y su perra Billi en el monte de O Castro. / Marta G. Brea

Tetiana (Tanya por su diminutivo) Ivanova y su perra Billi son una pareja de refugiadas ucranianas en Vigo que guardan una emotiva historia. Fue por la mascota por la que están en España y no en Noruega, donde la joven pretendía pedir asilo tras el asedio ruso a su ciudad, Jarkov, que le hizo abandonar la casa en la que vivía con su madre y buscar refugio en otro estado. Había pensado en el país escandinavo como la mejor opción, pues habla inglés y prefería no salir de Europa. Pero ese destino no le garantizaba vivir con su fiel compañera y podrían acabar en casas separadas o, peor aún, en ciudades distantes. Así que una amiga que estaba en Vigo le compartió ubicación y en abril de 2022 cogió seis trenes desde Cracovia hasta la ciudad gallega, viajando la mitad de trayecto con su madre, de la que se despidió en París antes de que ésta tomará rumbo a Georgia. “Se había roto una mano, que tenían escayolada desde antes de la guerra, y quiso ir a casa de unos amigos allí, ahora ya está de nuevo en Jarkov, donde trabaja como enfermera en un hospital y es profesora de dibujo folk ucraniano”, relata mientras muestra en la habitación de la casa que comparte con otras dos chicas láminas decoradas por su madre.

Al mes de estar en Vigo consiguió trabajo de camarera en Casa Obdulia, pero tuvo que abandonar la hostelería por su alergia a los vapores del pescado. Ahora trabaja a tiempo parcial cuidando niños y estudia artes gráficas en las Escola de Artes e Oficios porque quiere dedicarse a algo relacionado con el arte digital o el diseño gráfico, dedicación para la que ya cuenta con formación en Marketing y experiencia laboral en agencias de publicidad ucranianas.

Pese a que su dominio del castellano es bueno y a que ya ha entablado relación con compañeros de estudio, siente que no puede continuar con su vida “normal” mientras dure la guerra en su país. “No me apetece salir de fiesta ni bailar, mi mente está en Ucrania, no me siento segura en ningún lugar de Europa. La guerra es asquerosa y muy cruel, tiene muchas caras y todas son feas. Por eso debemos hacer todo lo posible para que Rusia capitule y la guerra termine en Ucrania y el fuego no se extienda a Europa. No penséis que la guerra es algo que está en algún lugar lejano. Yo también lo pensé ocho años después de la agresión rusa en Crimea y Donbás en 2014. Al final en 2022 vino la guerra y destruyó la mitad de mi pacifica ciudad junto con sus habitantes”, manifiesta.


SOLOMIIA SAVCHUK

ESTUDIANTE DE MÚSICA. Vinnytsia. 20 años

“Creo que esta sangrienta guerra terminará pronto”

Solomiia toca la bandurria ucraniana y estudia canto lírico.

Solomiia toca la bandurria ucraniana y estudia canto lírico. / Cedida

Cuando el primer misil ruso impactó en la hasta entonces tranquila localidad de Vinnitsya, la familia de Solomiia Savchuk tomó una decisión: ella, su madre y su hermana pequeña, que ahora tiene nueve años, se vinieron en septiembre de 2022 a Ferrol, donde unos amigos vivían desde el comienzo de la guerra, mientras que su padre y su hermano se quedaron en Ucrania. A las pocas semanas de su llegada a Galicia, la menor de la familia empezaba sus clases en el colegio y dos meses después, Solomiia, de 18 años en ese momento, se matriculaba en el conservatorio Xan Viñao, continuando así los estudios iniciados en su país, donde tocaba la bandurria, y ampliando su formación en canto lírico. “Me interesa aprender una nueva cultura, así que no fue un problema para mí”, relata. Un año y medio después, esta joven ya tiene su círculo de amigos españoles y ucranianos con los que se reúne los fines de semana y en ocasiones viajan a otras ciudades. “Los amigos me ayudan a sentirme aquí como en casa”, dice. De momento su familia vive en casa de unos amigos pero están buscando un apartamento para ellas tres, “un proceso complejo” , al igual que optar a ayudas públicas. “Para el primer periodo recibimos ayuda financiera del gobierno español, por lo que estamos muy agradecidas”, pero desde el pasado octubre no perciben ningún subsidio y están en proceso de solicitud. La distancia física no impide que esté al tanto de lo que sucede en su ciudad, donde la situación es relativamente tranquila”, pese a que suenan sirenas todos los días y la gente se esconde en refugios antiaéreos rompiendo la aparente “vida normal” de la población que intenta vivir, trabajar, estudiar y desarrollarse. “Cada impacto de misiles rusos trae mucho dolor a la sociedad; creo que esta guerra sangrienta terminará pronto y podremos vivir en paz, pero mientras dure planeo estar en España y ayudar a Ucrania todo lo que pueda”, dice.


KATERYNA VYNOHRADOVA

TRADUCTORA E INTÉRPRETE DE IDIOMAS. Kiev. 37 años

“Ahora estoy integrada en la sociedad española”

Kateryna muestra algunas medallas ganadas en carreras de travesías a nado en Galicia.

Kateryna muestra algunas medallas ganadas en carreras de travesías a nado en Galicia. / Alba Villar

A los tres días del inicio del bombardeo ruso sobre Kiev Kateryna Vynohradova se mudó con su marido y sus dos hijos a una pequeña población del oeste de Ucrania, donde los cuatro permanecieron cuarenta días pernoctando en una habitación de hotel hasta que esa localidad fue atacada. El lugar no era seguro, así que la madre de familia buscó en una plataforma de internet que ofrecía alojamientos para refugiados en diferentes países de Europa y contactó con un vigués residente en Suiza que le propuso una vivienda en Vigo. Como había estudiado español en la facultad de interpretación y traducción de Kiev, además de haber trabajado una temporada en la embajada española en Ucrania y en una empresa de construcción en la República Dominicana, España le pareció el destino adecuado para refugiarse y en abril de 2022 ya estaba en Vigo con sus hijos Ivan y Stephan, que ahora tienen 9 y 7 años. El primer año estuvieron los tres solos, pero luego se les unió el padre de la familia, Andrii, pues su empleo como vendedor de productos agrícolas ucranianos le permite teletrabajar. “El proceso fue duro porque tuvimos que dejar nuestra vidas allí y empezar aquí desde cero, pero poco a poco, y con la ayuda de amigos, ahora puedo decir que estamos adaptados e integrados a sociedad española”, comenta Kateryna, quien e trabaja como traductora e intérprete para una empresa que ofrece sus servicios a ONG, tanto telemática como presencialmente, en España.

La situación de ventaja respecto a otros compatriotas exiliados que le da conocer el idioma español le llevo a involucrarse desde un principio con el colectivo y prestarles ayudas en trámites con administraciones, colegios y servicios médicos. “Los ucranianos aquí tenemos que apoyarnos unos a otros y si alguno emprende un negocio, hace manicuras o vende pan, nos hacemos clientes”, dice.

Sus hijos, que llegaron a España sin saber ni una palabra en castellano, emplean ahora ese idioma para comunicarse entre ellos. Van al colegio público Lope de Vega y siguen un programa escolar a distancia ucraniano. Ademas, juegan los dos al fútbol en el club Santa Mariña y al mayor, que en su país jugaba en el Dinamo e Kiev, lo ha llamado el Celta para entrenar un día a la semana con el equipo. “Desde el principio tuve claro que tenían que practicar un deporte para integrarse”, dice Kateryna, nadadora y propietaria de una tienda de trajes de baño en Kiev, quien también ha podido seguir practicando deporte en Galicia participando en travesías a nado y carreras populares. “El deporte me ayudó a mantenerme fuerte física y mentalmente y también me permitió integrarme”, expresa. “Tenéis un nivel de empatía muy alto y nos recibisteis con tanta amabilidad que lo que he conseguido aquí es gracias a vuestro apoyo”, añade. 

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