La figura del director japonés Seiji Ozawa se convirtió en legendaria al convertirse en uno de los primeros músicos asiáticos en conquistar los principales podios musicales de Occidente. Nacido en Shenyang (China ocupada) en 1935, falleció en Tokio el pasado 6 de febrero a los 88 años, tal y como anunció la Wiener Staatsoper, el principal escenario lírico vienés del que Ozawa fue director musical entre 2002 y 2010. Considerado como uno de los directores de orquesta más importantes de los últimos 60 años, poseía un amplio repertorio operístico con títulos de diversos como Evgeni Onegin, La dama de picas, Falstaff, Ernani, Jenůfa, El Holandés errante, Manon Lescaut, Wozzeck, Le nozze di Figaro, Così fan tutte, Don Giovanni, Elektra o Fidelio.
El maestro Ozawa se graduó en la Escuela de Música Toho de Tokio y en 1959 se dio a conocer al ganar el Concurso de Directores de Besançon (Francia); más tarde amplió sus estudios en Boston, en el Tanglewood Music Center, viajando posteriormente a Berlín, donde fue asistente de Herbert von Karajan y de Leonard Bernstein, triunfando con la Filarmónica de Nueva York y con la Sinfónica de San Francisco. Su carrera en Estados Unidos le catapultó para firmar contratos con las principales casas discográficas consiguiendo, en 1973, coronarse como titular de la Sinfónica de Boston, con la que revisó y grabó un amplio repertorio sinfónico.
Tras casi tres décadas con el conjunto norteamericano, Ozawa se concentró en su labor al mando del apartado musical de la Ópera de Viena sin renunciar a seguir colaborando con conjuntos de gran prestigio, como la Filarmónica de Berlín, la Sinfónica de Londres o la Orquesta Nacional de Francia, y acudiendo como invitado a las temporadas de coliseos líricos como La Scala de Milán, la Ópera de París, el Covent Garden de Londres o el Festival de Salzburgo.
En la Ópera de Viena, donde estos días hondean las banderas a media asta en su memoria, sus músicos le recuerdan por la importancia que le brindaba a los ensayos de conjunto, en los que se involucraba con intensidad y pasión y sin recurrir al pensamiento jerárquico propio de ciertas batutas célebres; por el contrario, Ozawa era un hombre tan sabio como modesto, y le caracterizaba un trato amable así como un profundo conocimiento de las partituras que interpretaba, tanto de ópera como sinfónicas. Se le recordará, además, por ser un gran divulgador musical, liderando proyectos educativos infantiles y juveniles. “Tenemos que hacerlo todo lo posible por presentarle a los niños la belleza de la música. Y si conseguimos que solo un uno por ciento de los 3.500 niños que asisten a una actuación se entusiasmen con la música, ya se habrá conseguido mucho”, afirmó al respecto.
Entre muchas otras distinciones, poseía el doctorado honoris causa de universidad como las de Massachusetts, Harvard o La Sorbonne, del Conservatorio de Nueva Inglaterra y del Wheaton College de Norton. Fundó la Orquesta y el Festival de Saito Kinen (Matsumoto, Japón), recibió un Emmy por una serie de TV dedicada a su relación con la Sinfónica de Boston, un Grammy por su grabación de L’enfant et les sortilèges y en 2002 dirigió el concierto de Año Nuevo en Viena.
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