Cuando Ventura Pérez Mariño se presentó a las elecciones municipales del 25 de mayo de 2003 como independiente pero por el PSOE, se veía que era un dirigente atípico. No se daba baños de masas ni pedía el voto. En los carteles electorales no brillaba una amplia sonrisa, ni tampoco regalaba promesas electorales a cada paso. Era un candidato parco y austero en anuncios y en polémicas: no atacó a ningún adversario.
Era un gran desconocido para los vigueses. Y eso que había plantado al mismísimo Felipe González en el Congreso. En 1993 pidió una excedencia voluntaria en la carrera judicial para ocupar un escaño en la bancada socialista. Dos años después, rompió la disciplina del grupo parlamentario y votó en contra del Gobierno. Y aún fue más allá: pidió la dimisión de González y la convocatoria de elecciones anticipadas. Dimitió y regresó al ámbito de la Justicia. Sería su primera incursión en las lides políticas. La segunda también sería y desventuradas pero en su ciudad: Vigo.
La defenestración de Carlos Príncipe llevó a la cúpula socialista de Madrid a designarlo como candidato en los comicios locales. En campaña, los líderes de la rosa se volcaron con él: desde Touriño hasta Zapatero. Sin embargo su campaña resultó tan atípica como él como figura política: nunca se presentó como tal, no pedía el voto y hasta reconocía abiertamente que le daba “vergüenza” participar en mítines. El lema escogido, “Otra forma de ser; otra forma de gobernar”, le venía al pelo.
Se presentaba como un gestor que quería convertir a la ciudad en una empresa. A pesar de ser un extraño, consiguió convecer a algo más de una cuarta parte del electorado vigués, que convirtió al PSOE en segunda fuerza política. Logró cerrar un pacto de gobierno, cuyos detalles no se conocieron, con el BNG de Lois Castrillo. Pero ese acuerdo, que se gestó en apenas dos semanas, se resquebrajó el mismo día de la investidura, el 14 de junio de 2003.
Ese día, Pérez Mariño tomó posesión de su cargo en castellano, reservando tan solo unas líneas de su discurso al gallego. Un sector del público prorrumpió en abucheos. Un sector de la izquierda nacionalista no le perdonaría jamás lo que consideraba un desprecio al idioma propio.
La convivencia política no era fácil. Quiso rebajar el sueldo del alcalde y los concejales un 10%, medida que tumbaron el PP y el BNG tachándola de demagógica. Y todo empeoró por causa de la ordenación urbana, el PGOM. Quiso cesar al entonces gerente de Urbanismo, Xabier Rivas, a lo que sus socios nacionalistas se opusieron rotundamente. BNG y PP votaron en contra. Ese mismo día, Mariño dinamitó su gobierno: destituyó a los siete ediles de Lois Castrillo y los expulsó.
Se propuso continuar en solitario, en minoría, pero sus 8 concejales frente a los 10 del PP y los 7 del BNG tumbaron sus presupuestos. Solo le quedaba una vía para salvar sus cuentas, esas diseñadas por un gestor para el Vigo que había ideado: una moción de confianza. La perdió. Recogió el bastón de mando Corina Porro, que sí pudo finalizar mandato en minoría.
Pérez Mariño pondría fin a su segunda y última incursión política en julio de 2005 alegando motivos “estrictamente personales”. Su proyecto de gestión empresarial para Vigo no cuajó, y regresó a la carrera judicial, donde se jubilaría en 2012.
Enlace de origen : Ventura Pérez Mariño: la desventurada sobriedad del gestor