Víctor Amat, psicólogo: “Pensar que la felicidad de tu hijo depende de ti es amargarse la vida”

‘Vive sin miedo’, ‘rodéate de los mejores’ y ‘lucha por tus sueños’ son lemas que el ‘psicólogo punk’ Víctor Amat detesta. Licenciado en Psicología, terapeuta, profesor universitario, campeón de boxeo y padre de tres hijos, Amat sabe que, a veces, la vida duele. Tanto que sufrimos agujetas en el alma. “La vida son mierdas, lo demás es Instagram”, concluye el divulgador, uno de los críticos más feroces contra la pseudopsicología positiva y el pensamiento ‘happy flower’. Su nuevo libro, ‘Antimeditaciones’ (editorial Vergara), está cargado de píldoras psicológicas que no sirven para sanar ninguna herida sino más bien para apañarse con las cicatrices, incluidas las de los hijos e hijas.

“Esforzarse en ser feliz es una manera de despeñarte por el abismo de la desolación. El derecho a la felicidad es una memez que te hará sufrir ”, afirma. ¿No tenemos derecho a ser felices?

Vivimos en una sociedad que quiere que no nos quejemos y que aspiremos a una felicidad imposible de lograr. Nunca vas a estar feliz del todo, así que consumes y compras cosas para intentar pensar que, si te esfuerzas, vas a conseguir la felicidad. Es terrible. Uno puede aspirar a disfrutar de la felicidad en los momentos en los que esta se presenta. Eso es diferente al hecho de aspirar a ser feliz. El gran error es que nos están invitando a estar bien y alegres constantemente y si no lo estamos es porque no somos capaces. La búsqueda de la felicidad nos lleva a la frustración porque si es tan fácil y tan asequible debemos ser idiota si no los somos.

“Quiero que mi hijo sea feliz” es uno de los deseos que más se escucha en reuniones de madres y padres.

El deseo de que tu hijo sea feliz es bonito, pero es mejor pensar que la vida no tiene por qué ser feliz de entrada. Su felicidad no siempre depende de nosotros. Pensar así es una manera de amargarse la vida.

¿Cómo les podemos preparar para las turbulencias?

Las turbulencias están detrás de cada esquina, así que el crío debe desarrollar confianza para poder enfrentarse a ellas. No hay que presuponer que las cosas le van a ir bien a la fuerza. El chaval tiene que confiar en que las podrá resolver, pero para eso necesita enfrentarse a retos.

Ya, pero con la hipermaternidad hemos tocado.

Yo crecí en Barcelona y, cuando tenía 7 años, iba solo al colegio. Tenía 25 minutos de ida y otros 25 de vuelta. Ahora llevamos a los hijos a todas partes, incluso con 20 años. Tu hijo, con 15 años, puede hacer un montón de cosas solos. Si no confiamos en ellos y no les damos responsabilidades vamos a sufrir toda la vida porque ellos tampoco se harán responsables. Si tú les haces todo, no aprenderán nada. Cuando mi hijo acabó ESO, se buscó un instituto para estudiar un ciclo formativo y él realizó todo el papeleo. ¿Por qué se lo tenía que resolver yo si él podía perfectamente? Hay que sobrevolar a los hijos, pero no montarse encima de ellos.

“Si tu hijo te cuenta que está triste porque un amigo le ha dejado de hablar tienes que decirle: te entiendo, es una faena. No le puedes soltar que no le dé importancia a las cosas y que no las sienta”

Imaginemos que tu hija es una chavala de notas excelentes. Un día saca un 7 y se amarga. ¿Qué haces?

Lo primero es acompañar la emoción, así que le diría que es una faena y que entiendo que esté frustrada porque ella iba a por el 10. Si de entrada le digo que un notable es buena nota, no la estoy acompañado. Si validas su emoción, ella te escucha. A partir de ahí, puedes hablar sobre la buena nota que es un 7. No nos damos cuenta de lo importante que es aprender a acompañar a los chavales. Un adolescente puede estar descontento con su cuerpo o con sus amistades y a veces, como padres y madres, intentamos que cambie su pensamiento. Así no les acompañamos. Si tu hijo viene un día y te cuenta que está triste porque un amigo le ha dejado de hablar, lo primero es decirle: te entiendo, es una faena. No le puedes soltar que no le dé importancia a las cosas y que no las sienta.

Otro mal de la hipermaternidad es querer niños perfectos. ¿Cómo lo combatimos?

Tienes el derecho y la obligación de exigir cosas a tu hijo, pero otra cosa es reconocerle como criatura única. Es un juego, una bisagra. Una parte de ti tiene el poder de decirle que estudie y saque buenas notas, pero hay otra parte que es compasiva. Querer un niño perfecto es pedirle algo que no puede hacer. Te voy a poner un ejemplo. Cuentan que Stalin tenía una madre muy exigente. Cuando llegó al poder, construyó una línea de tren directa a la ciudad donde nació. En el primer viaje, abrazó a su madre al llegar y le dijo: “Soy más poderoso que el Zar”. Y la madre le contestó: “Qué gran Papa hubieras sido”. Una cosa es que le exijas a tu hijo porque sabes lo que puede dar, y otra es que nunca estés satisfecha con lo que hace.

“¿Cómo querer incondicionalmente a los hijos? Acompañándoles, aprendiendo a quererle como es y darnos cuenta de que el deseo que tenemos de que sea otro no es sano”

¿Cómo podemos querer incondicionalmente a nuestros hijos?

Nos han vendido la idea de la mejor versión de nosotros mismos, así que también hemos comprado la mejor versión de los otros. Si tienes una hija que no acaba de ser el ideal de lo que tú deseas, la fuerzas a que lo sea. Eso causa dolor. Las expectativas de los padres no coincide con la realidad de los hijos. ¿Cómo se puede mirar a un hijo y quererle incondicionalmente? Acompañándole, aprendiendo a quererle como es y darnos cuenta de que el deseo que tenemos de que sea otro no es sano. Tengo tres hijos y me enamoro de ellos en el día a día, eso no significa que sea permisivo o que no intente educarlos. Intento verlos como son y quererlos. Y todos tienen sus cosas y algunas me dan rabia.

“La vida son mierdas, lo demás es Instagram”, concluye. Le van a llamar amargado.

No lo soy. Vivo bien, soy positivo y tengo suerte. Pero eso no significa que los demás la tengan. Cada uno es un mundo y por eso me alejo del pensamiento de autoayuda de las recetas para todo. La vida es una concatenación de dificultades. Lo complicado es pensar que no vas a tener obstáculos.

Nos recomienda acostumbrarnos a tener “agujetas en el alma”

La gente te decepciona, te separas, en el trabajo no te reconocen o tu madre no te mira con los ojos con los que a ti te gustaría que lo hiciera. El alma tiene motivos para el dolor, eso no significa que te pares. La vida sigue, pero con agujetas.  

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